La conmemoración del Día Internacional de la Mujer se ha convertido en una jornada reivindicativa del feminismo, que reclama –exige– la equiparación de derechos entre hombres y mujeres; la desaparición, en definitiva, de la discriminación en todas las facetas sociales. El movimiento del 8-M, de ámbito mundial, ha puesto en el centro del debate el papel actual de la mujer y, de manera muy especial, en los países occidentales. Hay, todavía, numerosos países, culturas y religiones que sitúan al hombre por encima de la mujer; una circunstancia que no por lejana se tiene que dejar de denunciar en un día como el del viernes.

Acabar con la discriminación.
Miles de mujeres y hombres salieron ayer a las calles para reclamar un cambio de actitud, una forma diferente de asumir la condición femenina para, sencillamente, equiparla a la masculina. La tarea supondría acabar con una dinámica arrastrada durante siglos. La violencia de género es la expresión más cruel del machismo, de la que Balears encabeza los datos estadísticos de todo el Estado, pero hay muchos otros frentes en los que se mantiene una clara diferenciación entre uno y otro sexo. La brecha salarial es una de ellas, siempre en favor de los hombres, pero también se extiende a la igualdad de oportunidades, el acceso a los puestos directivos, la imposición de roles sociales... El 8-M está más que justificado.

Jornada politizada.
La edición de este año del Día Internacional de la Mujer ha estado, en España, contaminada por la inminente cita electoral del 28 de abril. El ambiente político ha impedido ofrecer una imagen de mayor unidad política para ser utilizado como una arma arrojadiza entre la derecha y la izquierda, entre las posturas más radicales y las más moderadas. Esta división, que cabe esperar sea coyuntural, no debe desviar la atención sobre el objetivo del 8-M, que no es otro que acabar con la discriminación de la mujer.