Pedro Sánchez pronunció ayer uno de los discursos de investidura más prolongados del período democrático; una intervención que, sin embargo, obvió algunas referencias explícitas al principal problema político de España: el secesionismo catalán. El candidato socialista desgranó un importante y atractivo rosario de iniciativas a desarrollar por el futuro Gobierno, pero en su argumentación era perceptible un punto de partida erróneo; la falta de una amplia mayoría que asegurase la reelección para el cargo de presidente. Las negociaciones con Unidas Podemos continúan en punto muerto y las diferencias quedaron patentes en la intervención de su portavoz, Pablo Iglesias. La amenaza de una nueva convocatoria electoral no se puede descartar.

Cambio climático.
La lectura interesada de la realidad también llevó a Sánchez a caer en la contradicción de promover medidas contra el cambio climático, una urgencia global, mientras su propio Gobierno ha impugnado las iniciativas aprobadas por Balears en este mismo sentido. Las críticas en este sentido están más que justificadas, la cascada de recursos de anticonstitucionalidad contra las leyes del Parlament balear reflejan la divergencia de intereses entre el Estado y las Islas, de las que –por cierto– no hubo ninguna referencia explícita en el debate. La promesa de un cambio en el actual modelo de financiación es el único asidero que ha encontrado la presidenta Armengol para loar la intervención de Pedro Sánchez.

Atasco institucional.
El líder del PSOE debe resolver cuanto antes la provisionalidad del actual Gobierno, pero no es suficiente un mero ejercicio de voluntarismo. Como candidato en minoría, por mejorada que sea su representación en el Congreso, está obligado a buscar apoyos si quiere en realidad superar la investidura. El actual juego político sólo provoca cansancio y hastío entre los ciudadanos, aquellos para los que debe trabajar el Gobierno.