Los resultados de las elecciones generales celebradas ayer no garantizan la formación de un Gobierno, y en mucha menor medida su estabilidad política durante la legislatura. El reequilibrio de fuerzas dejan en el aire la conformación de las mayorías necesarias para poder superar la investidura del próximo presidente, que en buena lógica debería volver a asumir el socialista Pedro Sánchez. La opción centrista de Ciudadanos ha quedado, en estos comicios laminada, incapaz de ser útil a la derecha o a la izquierda; un proyecto que la estrategia errática y confusa de su presidente, Albert Rivera, ha llevado al fracaso. Balears no ha sido una excepción y los electores se han mantenido fieles a las grandes corrientes estatales.

La derecha más radical.

Uno de los resultados más impactactes de este 10-N es, sin lugar a dudas, el extraordinario avance de Vox, que dobla su representación en el Congreso y que ha frenado, también el importante aumento de la representación del Partido Popular. Sin embargo, el desplome de Cs hace inviable un recambio en el poder con la izquierda. Al menos como primera opción. En este sentido, la apuesta de Sánchez ha resultado fallida. El PSOE no ha logrado ampliar su base electoral y su continuidad pasa por acuerdos en los que la prioridad sea olvidar los reproches a sus socios imprescindibles; un Unidas Podemos a la baja y los independentistas catalanes. El escenario es endiablado.

La amenaza de otras elecciones.

Tal y como se ha resuelto el 10-N la posibilidad de una nueva confrontación electoral se mantiene, quizá no como una amenaza inminente –es probable que se resuelva la investidura– pero sí como solución a medio plazo. Sólo un gran acuerdo entre PP y PSOE puede garantizar una estabilidad institucional que los votantes de ambas formaciones no están dispuesto a asumir, y menos durante una legislatura completa. La política española se ha ‘italianizado’, con una provisionalidad crónica.