En apenas unos días, los líderes de Estados Unidos y Gran Bretaña, Donald Trump y Boris Johnson, respectivamente, han tenido que adoptar medidas de contención contra la epidemia de coronavirus. Ambos dirigentes habían manifestado una posición escéptica, incluso ridiculizándola, sobre la gravedad de una situación que ha obligado a sus colegas occidentales a dictar severas normas de confinanmiento en sus respectivos países. Menospreciar la gravedad del problema ha sido un gravísimo error que ahora tratan de rectificar con fórmulas que, quizá, tendrán que agravarse en las próximas semanas. El Gobierno de Pedro Sánchez también relativó el impacto de la pandemina en nuestro país y ahora pagamos las consecuencias.

Un confinamiento suave.
En pocos días, la cifra de infectados en Estados Unidos y Gran Bretaña aumenta de manera casi exponencial. La imprecisión de las normas de confinamiento, junto con su demora en la aplicación, amenazan los sistemas sanitarios de ambas potencias occidentales. Sus mandatarios han priorizado los evidentes efectos negativos que tiene sobre sus respectivas economías frente al bloqueo en el avance de la COVID-19, aunque ello pueda suponer el tener que asumir un enorme costo en vidas humanas. Los ejemplos de China, Italia y España deberían ser lo suficiente elocuentes para advertir respecto a la imperiosa necesidad de actuar con urgencia y contundencia. El populismo de Trump y Johnson ha tenido que claudicar.

Efectos globlales y locales.
La actitud de Trump y Johnson ha sido negligente a la vista de la evolución de la pandemia, y hará que aumente y se prolongue el impacto social y económico en sus países. Lamentablemente, España y el resto de países también sufrirán las consecuencias dado el peso de ambas economías en el mundo. Especialmente preocupante es la evolución de la crisis en el Reino Unido, ya que se trata del principal mercado emisor de Ibiza. La demanda turística desde el Reino Unido es crítica para garantizar una pronta recuperación económica cuando pase la crisis sanitaria.