Durante estas semanas se recurre, con frecuencia, al hecho de que es en los momentos difíciles cuando surge lo mejor y lo peor de las personas; reflexión cierta en estos momentos en los que las sociedades occidentales están siendo golpeadas con dureza por la epidemia del COVID-19. Sin embargo, esta circunstancia también alcanza a los gobernantes de numerosos países europeos, que no han podido evitar la tentación de anteponer criterios egoístas frente a las necesidades de sus socios y aliados. Esta pandemia está evidenciado la debilidad de la Unión Europea, incluso de la OTAN, frente a la adversidad de sus propios miembros.

Material sanitario bloqueado.
Tras el cierre de las fronteras, el comisario de Comercio Interior de la UE, Thierry Breton, dirigió una carta a todos los ministros de Industria para que evitasen las enormes colas de camiones que se agolpaban en los puestos fronterizos, muchos de ellos cargados de material sanitario con destino a España e Italia. Polonia, Chequia, Bulgaria y Rumanía le han hecho caso omiso. Durante estas semanas se ha sabido que Francia ha bloqueado envíos con destino a nuestro país, al igual que Alemania respecto a Austria. Otro tanto puede decirse de Turquía, país miembro de la OTAN, que ha retrasado la entrega una partida de respiradores para hospitales de varias autonomías.

Europa se la juega.
La epidemia del COVID-19 pone sobre la mesa la idea de la Unión Europea, su alcance. Reclamar, como plantea el presidente del Gobierno español Pedro Sánchez, un ‘plan Marshall’ de ayudas a Bruselas para levantar la economía continental resulta un sarcasmo cuando los distintos gobiernos recurren a leyes internas para justificar incautaciones arbitrarias de material sanitario. Cabe preguntarse dónde está la dimensión social de la UE frente a la crisis sanitaria y económica que asola a sus miembros. Dejar la pregunta sin respuesta supone firmar su fin.