Los supermercados que ofrecen la compra online y el reparto a domicilio durante estas semanas de confinamiento están quintuplicando la demanda, circunstancia que confirma una notable readaptación de los ciudadanos a las nuevas exigencias de la lucha contra el COVID-19. El cambio ha obligado a ampliar con rapidez el personal destinado en este tipo de servicio que, de prolongarse la alarma sanitaria, puede significar la generalización de unos hábitos de compra que hasta ahora eran mucho mas restringidos, tanto en las franjas de edad como en el tipo de productos. La prevención frente a las aglomeraciones se está interiorizando y su impacto en el comercio lleva camino de asumirse con normalidad.

Las barreras psicológicas.
La COVID-19 no es la primera pandemia, pero su impacto psicológico más cercano podría establecerse en la epidemia del VIH. Ha habido otras alertas sanitarias recientes, pero su efecto sobre los ciudadanos ha quedado neutralizado con rapidez y no han llegado a modificar los comportamientos en el consumo; la prolongación, alcance y gravedad de la actual epidemia está generando una nueva conciencia de prevención en todos los ámbitos. Normalizar el distanciamiento social en los diferentes ámbitos tiene un efecto multiplicador, desde el fomento de la compra a distancia –incluso en los aspectos más cotidianos– hasta del teletrabajo; incluso es fácil que acabe ‘orientalizando’ en las relaciones sociales. La exigencia de seguridad sanitaria se impone.

La vacuna, la clave.
Todas estos cambios se consolidarán en la medida de que demore la aparición de la vacuna –o un tratamiento médico eficaz– contra la COVID-19, el golpe contra los comportamientos asumidos en el primer mundo está siendo demasiado duro para que no haga mella en amplias capas de nuestra sociedad. Estamos a las puertas de grandes cambios.