La inmigración ilegal es un asunto que merece ser abordado con una extrema sensibilidad. No en vano, estamos hablando de seres humanos que arriesgan su vida huyendo de sus lugares de origen atraídos por la esperanza de una vida mejor en Europa de la que se aprovechan las mafias. El drama humanitario que hay detrás del fenómeno no debe ser, no obstante, la única vertiente con la que analizar la problemática, ya que correríamos el riesgo de simplificar un asunto complejo y que genera implicaciones en los territorios de acogida, como en el que se han convertido las Pitiusas en la ruta con Argelia.

La cuarentena.

La experiencia del verano pasado demostró que la mayoría de los inmigrantes irregulares llegados en pateras necesitó guardar cuarentena sanitaria porque alguno de los integrantes de la embarcación viajó contagiado. Esta necesidad obligó a las autoridades a buscar de urgencia ubicaciones para que estas personas pudieran guardar dicho aislamiento en condiciones dignas. El Gobierno, competente en Sanidad Exterior y en el control de la inmigración, no ha hecho los deberes, como demuestra que a principios de mayo no haya un plan para acoger a los inmigrantes que deban guardar cuarentena. El Govern, competente en Salud Pública, tampoco. De ello, se deduce que estamos abocados a revivir la experiencia del verano pasado.

El peligro del efecto llamada.

La noticia del campamento en el solar contiguo a la comisaría de Policía de Vila proyectado por el Ayuntamiento adelantada este lunes por Periódico de Ibiza y Formentera generó un lógico revuelo y un cruce de acusaciones entre el Partido Popular, el Ayuntamiento de Ibiza y el Consell d’Eivissa. A través de él, conocimos que la Delegación del Gobierno y el Govern balear querían un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) en sa Coma, opción a la que se opuso el presidente del Consell d’Eivissa, Vicent Marí. El PP de Vila rechazó este lunes también al campamento. En ambos casos, subyace el riesgo de que una instalación montada bajo una necesidad temporal acabe convirtiéndose en fija, como ha pasado en tantas ocasiones, algo que Ibiza no necesita por el peligro de que fomente un efecto llamada.