Con la llegada del 12 de octubre y el tradicional desfile de las Fuerzas Armadas, llega también puntual el uso político que determinadas formaciones políticas, esencialmente las más alejadas de la centralidad y el moderantismo, hacen del Ejército. Por el extremo derecho tenemos a Vox que, en vísperas de la Fiesta Nacional de España, vuelve a mezclar a las Fuerzas Armadas en el ambiente político solicitando su despliegue en las fronteras de Ceuta y Melilla para contener la inmigración ilegal. Cometido del que ya se encargan Policía y Guardia Civil de la manera más notable que les permiten los sin duda mejorables recursos que les son asignados.

Labor social y humanitaria.
En el extremo contrario, la izquierda más ultramontana tampoco desaprovecha la ocasión para echar mano del Ejército en función de sus intereses políticos. Desde el grupo parlamentario de Més per Mallorca se aprestaban ayer a censurar las Fuerzas Armadas recurriendo al tan manido como trasnochado discurso de que los ejércitos «sólo sirven para hacer la guerra y nada más», cuando lo cierto es que la función social y humanitaria de las Fuerzas Armadas es indiscutible. Sus ‘guerras’ más recientes han sido las que han dado a la COVID o la que libra periódicamente la Unidad Militar de Emergencias (UME) en dramáticos desastres naturales como la mortal torrentada de Mallorca o el volcán de La Palma.

Valoración ciudadana.
El CIS lleva años sin preguntar a sus encuestados sobre la valoración de las Fuerzas Armadas. No obstante, institutos demoscópicos privados como Ipsos sí lo hacen, y de ellos se desprende un apoyo popular de una magnitud de la que no gozan quienes nos gobiernan. En lo más duro de la pandemia, el 75 por ciento de los españoles consultados se mostraba convencido de que el Ejército estaba llevando a cabo una labor positiva para la sociedad. Una institución tan valorada por los ciudadanos merece más respeto por parte de los políticos.