El presidente ruso, Vladímir Putin, ha incorporado los objetivos civiles en su ofensiva militar en Ucrania. Los bombardeos ya no se limitan a acciones centradas a infraestructuras de la defensa ucraniana, la invasión ya trata de debilitar la moral de la población; quizá uno de los factores en los que el error de cálculo del Kremlin ha sido más abultado. El despliegue de tropas rusas se está topando con la reacción popular sobre el terreno y con la condena unánime de las principales organizaciones internacionales, entre las que cabe destacar la determinación de la Unión Europea. Este último punto es, quizá, el que más parece haber sorprendido en Moscú.

Un perfil propio de la UE.
La intervención del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ante el Parlamento Europeo es un gesto que rebasa el ámbito de la buena voluntad. Da la impresión que las instituciones europeas no quieren cometer los errores del pasado y, en esta ocasión, están adoptando decisiones de manera autónoma y con objetivos muchos más claros que en épocas anteriores. La apertura incondicional de fronteras para la llegada de refugiados, la colaboración en la entrega de armas a Ucrania y el cerco económico a Rusia son actitudes desconocidas en la siempre fragmentada política exterior de la Unión Europea y que están teniendo sus primeros, aunque limitados, efectos.

El error de Putin.
La guerra se prolonga y llegan a occidente las imágenes y testimonios de las consecuencias de un conflicto de complejos orígenes en el que Putin está fracasando en su gestión. El poderío militar ruso es incuestionable, pero cada vez está más claro que su final puede acabar siendo una auténtica pesadilla para su principal y único promotor: Rusia. Un país de las dimensiones de Ucrania no puede quedar sometido sólo por un ejército invasor, y menos cuando la anexión es inviable. Los ucranianos quieren seguir siendo responsables de su destino y defensores de su soberanía. Hace falta saber cuánto dolor, destrucción y muertos necesita Putin para entenderlo y asumirlo.