No por esperada deja de ser remarcable la postura de Francina Armengol y su Govern respecto a la decisión del presidente Pedro Sánchez de que España reconozca el Sáhara Occidental como una región autónoma del reino de Marruecos. Tras la reunión del Consell de Govern, el portavoz del Ejecutivo balear, Iago Negueruela, despejó cualquier atisbo de duda sobre el apoyo de Armengol al pueblo saharaui. De manera contraria a Sánchez, ella no se mueve del lugar en el que ha estado siempre y sigue defendiendo el referéndum de autodeterminación del Sáhara Occidental auspiciado formalmente por la ONU desde 1991, pese a la oposición del país alauita.

Postura clara de la presidenta.

Tras el sábado emitir un tuit no del todo clarificador, Armengol y su Govern –como también el principal partido de la oposición– se desmarcan ya sin ambages de la nueva política exterior marcada por el secretario general del PSOE desde la presidencia del Gobierno de España con respecto al Sáhara, Marruecos y habrá que ver en qué grado con Argelia. La determinación de la presidenta balear es ahora diáfana. Sus principios ideológicos y lazos personales con el pueblo saharaui son inquebrantables y no dejan lugar a otro escenario.

Sánchez debe explicarse.

Es presumible que la actitud de Armengol no sea una excepción entre la familia socialista. Por eso resulta inevitable que Sánchez dé explicaciones en el Congreso sobre este volantazo en la política exterior, tal y como reclamó también Negueruela. Hasta entonces no podemos concluir si la decisión adoptada se trata de un error u obedece a una estrategia geopolítica de mayor calado que –entre las convulsiones ucranianas y el suministro energético de Europa pendiendo del hilo ruso– antepone el pragmatismo de la realpolitik y sus oportunidades a elevados ideales que se remontan a los tiempos periclitados de la Guerra Fría. El presidente debe hablar y España escucharle.