Los datos estadísticos son incontestables. Más de la mitad de las denuncias por agresiones sexuales se corresponden con menores de edad. Las cifras deberían alarmar a una sociedad que no parece querer asumir la gravedad de lo que ocurre, como si ya se asumiera como inevitable aquello que sucede de manera reiterada. Es cierto que los jóvenes viven en un entorno mucho más sexualizado que décadas atrás, pero de lo que no cabe duda es que carecen de los instrumentos necesarios para defenderse. Esta es la cruda realidad a la que no se puede seguir dando la espalda. Los esquemas de protección de nuestros jóvenes fallan de manera estrepitosa, desde el entorno familiar hasta la formación en las aulas y, por supuesto, cuando están bajo la tutela institucional.

Herramientas de protección.
La proliferación de denuncias por agresiones sexuales es un claro síntoma de un cambio en el comportamiento de las relaciones personales. Las redes sociales han supuesto un cambio radical en muchos de los paradigmas tradicionales. Afecta a todos los ámbitos, pero en el caso de los más jóvenes entraña una gravedad que obliga a priorizar la adopción de propuestas que garanticen, en la medida de lo posible, la protección de las víctimas. Los ataques de índole sexual amplían, de manera preocupante, su ámbito de acción y son cada vez más transversales. Es una auténtica epidemia ante la que es preciso actuar con urgencia.

El valor de la educación.
Nuestros jóvenes deben disponer de herramientas eficaces de autodefensa ante un mundo que cada vez actúa de manera más despiadada contra los sectores más débiles de la sociedad. Es una cuestión compleja, pero es necesario abordarla con urgencia en todos los ámbitos. Las estadísticas, que siempre ofrecen una visión parcial del problema, lanzan un claro aviso de alarma máxima. De todos depende que se desactive.