Mikel Merino celebra el segundo gol de España. | Europa Press

Vaya por delante que me alegro de la victoria de la selección española de fútbol este viernes ante la de Alemania en la Eurocopa con ese gol de cabeza de Mikel Merino cuando quedaba un minuto para terminar la prórroga. Y vaya por delante que tampoco me dejó indiferente ese remate que nos lleva hasta las semifinales el próximo martes en Munich, pero de ahí a saltar, gritar y celebrarlo como si no hubiera un mañana, pues les reconozco que hay diferencia.

El caso es que no sé en qué momento me dejó de emocionar esto que llaman fútbol moderno, ni tampoco en que momento tomé como propias todas esas críticas que mi padre dirigía hacia el que todo el mundo conoce como el deporte rey, pero lo cierto es que me emociona cada vez menos.

Si lo analizo fríamente, no acabo de entender qué es lo que tiene el fútbol para que todo gire en torno a 22 personas que corren detrás de una pelota mientras cobran unos sueldos tremendamente desproporcionados con los que la mayoría de los mortales jamás podrían ni siquiera soñar. Yo también estuve en la rueda y durante bastantes años me compraba camisetas, pagaba entradas, idolatraba a jugadores e, incluso, celebré algún que otro título en una conocida fuente de Madrid, pero el tiempo ha ido pasando, me he ido haciendo mayor, me he caído del guindo mas veces de las deseadas, y ahora no encuentro ninguna razón para considerar importante un mundo en el que cada día se despilfarra un dinero que sería tremendamente útil en la investigación de la lucha contra enfermedades, en alimentos, en vivienda o en servicios sociales.

Tampoco me ayuda mucho en esta pataleta contra el fútbol moderno lo que veo últimamente. Porque llámenme ingenuo pero me resulta del todo incomprensible que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con todo lo que tiene encima con lo de su mujer, la amnistía, la Fiscalía General del Estado y mucho más, se marche a Alemania a animar a unos jugadores que no representan ni a un uno por ciento de nuestra sociedad y no lo haga para mostrar su apoyo a los profesores que trabajan con nuestros niños, a los enfermeros y médicos que velan por nuestra salud, a los que se dejan la piel a horas intempestivas para que nuestras calles estén limpias y bonitas, a los voluntarios que trabajan en las muchas ongs que atienden a todos aquellos que viven en situaciones muy precarias, o a cualquiera de nuestros misioneros que están ayudando en países que tal vez nunca sepamos colocar en el mapa. O simplemente a nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que velan por nuestra seguridad.

Lo mismo que cuando escucho que para ver un partido de un equipo en la Champions League los ministros de nuestro Gobierno o los muchos políticos de todos los partidos que tendrían que estar haciendo todo lo posible por encontrar soluciones a nuestro día a día, hacen cola para estar en el palco mientras que no se dignan a hacerlo para analizar sobre el terreno los muchos problemas que tenemos con los inmigrantes que llegan a nuestras costas, con los agricultores que ven como sus ganancias en el campo son cada vez más escasas o con todos esos jóvenes que hacen cola para poder tener acceso al alquiler de un piso en las principales ciudades españolas en condiciones lamentables. No seré yo quien les diga que hacer con su tiempo libre pero tal vez sea una cuestión de prioridades.

Incluso me pasa con todos aquellos ciudadanos de a pie que deciden darle más importancia a unos jugadores de fútbol que a todos esos héroes anónimos de los que jamás sabremos sus nombres pero que trabajan en la sombra para que nuestro día a día sea mejor. No pretendo ir de Pepito Grillo por la vida ni tampoco adoptar un rollo de amargado que no me pega, sino simplemente de transmitirles como me siento. Porque a mis 45 años poco a poco he ido comprobando que esos futbolistas, esos entrenadores o esos directivos tal vez puedan hacernos felices durante unas horas y alejarnos de la dura realidad, pero hay otros que merecen mucho más nuestro respeto porque realmente son los que hacen que nuestro día a día funcione o al menos lo intentan. Porque señores, siento decírselo así de bruto y así de claro, por más que Mikel Merino haya metido un golazo, a nadie nos subirán el sueldo al día siguiente, nadie nos ayudará con el pago del piso ni con la cesta de la compra. Es genial escuchar y leer que ha sido heroico, titánico, ejemplar y digno de recordar para siempre, pero lo siento mucho si desinflo el globo. Si bajo el souflé. Si soy un borde o un Pitufo gruñón, pero para mí lo verdaderamente heroico es ver como muchas familias llegan a final de mes con lo poco que tienen, como acuden a las colas de Cáritas para alimentar a sus familias, como reciclan lo que tienen, como hacen cuentas para no tener que rebuscar en las basuras o como siguen estirando los bajos del pantalón. Y es que al final, nos guste o no, cada gol o cada remate no hará que nuestra vida cambie si no lo hacemos nosotros.

Pero dicho todo esto, perdonen por haberles amargado la mañana o la tarde. Mis sinceras disculpas por ser un agorero porque al fin y al cabo siempre nos quedará nuestra selección y el martes podremos seguir soñando con un mundo más justo y mejor.