Romanos y árabes eran expertos en modificar las rutas del agua para regar sus campos y evitar desastres. Con los avances científicos que tenemos hoy en día, en teoría sería más sencillo hacer este tipo de obras para dar vida a zonas secas y ofrecer más seguridad en áreas inundables y proclives al azote de la gota fría. Pero eso no significa que tales obras se hagan mejor. O que se hagan en absoluto.
El plan hidrológico nacional fue parado por el nefasto presidente Zapatitos y su ecologismo sandía (verde por fuera, rojo por dentro). Tal vez porque encontraban un cierto tufo en el término nacional, y se promovió la envidia separatista, el cainismo tribal, alentando el pollo autonómico y la responsabilidad de nadie a diestra y siniestra cuando vienen mal dadas.
Los diferentes cambios climáticos a lo largo de la Historia han sido causa de extinción de especies, masivas migraciones humanas e invasiones guerreras. El clímax climático ahora también sirve para que políticos fatuos lo esgriman a modo de mantra como excusa dogmática de los males que su propia negligencia ha provocado.
El disparate empezó cuando los obsoletos comunistas de los años noventa, en un ejercicio de hipocresía tan espantosamente monumental como la arquitectura soviética, pretendieron hacerse con la bandera de la ecología. Nunca leyeron la carta del jefe indio Seattle y se dedicaron a torpedear el medio ambiente con una propaganda tan contaminante como Chernobyl. El siguiente paso de los progres para torpedear cualquier progreso fue la propaganda woke, que se dedica a extender el complejo de culpa con una visión paranoica de la realidad que retuerce perversamente todo realismo mágico.
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