El desgobierno en Formentera no es que siga ahí, sino que va a peor. Se cumple un año desde el pulso que le quiso hacer Llorenç Córdoba a la presidenta del Govern, amenazándola con retirarle su apoyo si no cumplía ciertas prebendas que este medio ha desvelado. Cada mes que ha pasado desde ese errático comunicado ha sido más esperpéntico que el anterior. La oposición ha sido incapaz de armar una alternativa para activar una moción de censura por ego, partidismo y pocas luces. Pudiendo nombrar un nuevo presidente y condicionar su acción de gobierno desde la oposición, apuntarse el gol de desbloquear la institución y arrasar en las próximas elecciones, han optado por hacer gala de su falta de miras y quedar como un eslabón más del problema, en lugar de ser parte de la solución. Así lo demostraron las 36 entidades que salieron a la calle a sacarle tarjeta roja a los políticos de Formentera, presos de intereses particulares y empresariales. Mientras sigue la vergüenza ajena en el pleno del Consell, algo se está cociendo. El expresidente, Jaume Ferrer, libre de ataduras judiciales podría volver como el mal menor para poner orden y coger las riendas de la candidatura de Gent per Formentera. La actual dirección que le defenestró pasa por sus horas más bajas, con un liderazgo entre débil e inexistente, lo cual podría llevar al expresidente a levantar la mano y ofrecerse como el mirlo blanco que restablezca la deriva infantil y ridícula que ha tomado la política de Formentera en el último año. Mientras los episodios de surrealismo y acusaciones cruzadas siguen, la administración insular presenta un estado de parálisis total y absoluto. Córdoba aguantará sine die. Juegan a su favor la inexperiencia y la falta de pericia de sus adversarios.
Opinión
Esto con Jaume Ferrer no pasaba
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1 comentario
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El que reflecteix al seu article és una trista constatació de com, en comptes de treballar per la millora col·lectiva, la política sovint deriva en una batalla de desgast continu, on la prioritat no és servir, sinó enfonsar el contrari. Aquesta “guerra silenciosa” no només és un malbaratament de temps i recursos, sinó que desvirtua completament el concepte de servei públic. Els partits ja no són eines per articular solucions, sinó armes carregades d’orgull i revenges personals. Mentrestant, la ciutadania es queda atrapada entre discursos buits i estratègies venjatives, sense veure com es resolen els problemes reals. Cal recordar que governar és construir, no destruir.