Opinión

Arroz, vino y frenesí

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El campeonato mundial de arroz de matanzas de San Antonio es una fiesta formidable. Lo que empezó con unas casetas de amigos a la ribera del bar Kantaun, ha crecido espectacularmente y hoy es parranda multitudinaria. Tampoco sorprende semejante éxito, pues los indígenas de Portmany son los más juerguistas de Ibiza. Y esta es una fiesta de sabor antiguo donde mandan payesas y pescadores, sin cursilerías ni horteradas, una fiesta que hubiera encantado a esos enamorados de España, quijotes y sanchos, toros y bailarinas, que eran Orson Welles y Ernest Hemingway, quienes recorrían el ruedo ibérico brindando de San Fermín a Jerez. Por algo decía el tótem Camilo José Cela que en España se puede festejar todos los días del año por alguno de sus pueblos.

Entre los puestos que cocinan el arroz la competitividad es extrema, pero, como sobresale la cortesía natural y cierta deportividad corsaria, pues la sangre, al contrario que el vino abundante, alegre y dionisíaco, no llega al mar. ¡Ah, esta estupenda invención de mi amigo Vicent de Kantaun, sátiro de Benimussa, que me llamó hace unos días para proponerme ser parte del jurado que preside a lo prócer romano Pepe Roselló! Naturalmente presumí y pronto me llegaron proposiciones indecentes, lencería intimísima firmada con autógrafos y promesas incumplidas, cajas de vino y fragantes puros habanos; y, sospechando mi fácil corrupción y tendencia eterna a caer en la tentación, pues salomónicamente han dictado que ya estoy libre de tener que decidir en materia tan sagrada.

¡Mejor así! Sin responsabilidad juzgadora pasearé cual vagabundo por la fiesta, imbuyéndome del jolgorio, danzante enamorado de la alegría vital, siempre contagiosa, en un día de fiesta en que todo San Antonio, llueva o luzca el sol, bebe como si no hubiera un mañana.