El Jueves, la revista que se publicaba los miércoles cuando su tirada era semanal, lo que dejó de suceder allá por enero de 2023 para pasar a ser mensual, es una publicación que analiza la actualidad con particular humor satírico e irónico desde el 27 de mayo de 1977, fecha en que fue creada por José Llario a través de la Editorial Formentera. Su crítica, directa y mordaz, sirviéndose del lenguaje de la calle, escandalizó desde su origen a los sectores más conservadores y tradicionales de nuestro país, no estando exenta de constantes polémicas, censuras y secuestros. Entre sus series de cómics más reconocibles se encuentran, entre muchas otras, Martínez el facha de Kim, El profesor Cojonciano de Óscar, Grouñidos en el desierto de Ventura & Nieto, Historias fermosas de Fer, Pedro Pico y Pico Vena de Carlos Azagra o el carismático y conocido Makinavaja de Ivá.
Este mismo autor fue el creador, en mayo de 1986, de uno de los cómics que más repercusión ha tenido en nuestro país al ser llevado también al teatro, al cine y a la televisión. Historias de la puta mili, que así se denominaba, mostraba en forma de parodia las vivencias reales de los jóvenes reclutas del ejército español durante el servicio militar obligatorio en los cuarteles de nuestra nación poniendo de relieve el aburrimiento que generalmente caracterizaba la mili junto a la arbitrariedad en que habitualmente incurrían los mandos. Arensivia, su principal protagonista, era un sargento chusquero de esos de la vieja escuela «nasio pa matà», tan incompetente como sentimental, que manejaba a su tropa de forma atropellada a medio camino entre la desmedida arenga patriota y la cutrez más absoluta, aderezada siempre por los efectos de haberse bajado varios vasos de Gordons de trago y algún que otro caraja de Magno.
Sus viñetas rezumaban el sentir antimilitarista imperante de forma mayoritaria en nuestra sociedad durante los años 80, aquella que fomentaba la insumisión al grito de mili kk ante el deber constitucional impuesto a los varones españoles mayores de edad de realizar el servicio militar obligatorio, lo que condujo a reconocer en un primer momento el derecho a la objeción de conciencia y a su posterior supresión en 2001 dando paso a su profesionalización. Sin embargo, no tardó en reavivarse y acrecentarse este sentimiento antibélico con la invasión de Irak por Estados Unidos y sus aliados el 20 de marzo de 2003, acusándose al trío calaveras, también conocido como el de las Azores, de ser responsables de la muerte de centenares de civiles iraquíes, convocándose multitud de protestas a nivel mundial bajo el grito de «No a la guerra» que tuvieron especial relevancia en nuestro país hasta el punto de desbancar del gobierno al PP en las elecciones generales de 2004 con el atentado del 11 de marzo en Madrid como telón de fondo.
En la actualidad, sumidos en un panorama bélico internacional sin precedentes, con la invasión de Ucrania por las tropas rusas bajo el mando del todo poderoso Putin, la entrada en escena del imprevisible Donald Trump y una Europa timorata que tan solo vela por la protección de sus intereses económicos, no encontramos atisbo alguno de aquel sentir pacifista que atrajo a los primeros hippies americanos a trasladarse hasta nuestras islas huyendo de las atrocidades sufridas por sus compatriotas en la guerra de Vietnam, que alimentó una reacción social radical contra el servicio militar obligatorio hasta abocarlo a su supresión o que llenó las calles de nuestro país de consignas que desembocaron en el deseado regreso de nuestras tropas desde Irak.
Más bien al contrario, desde la Unión Europea se anunció recientemente una guía en la que pide a sus ciudadanos, por lo que pueda pasar, hacer acopio de artículos para la supervivencia durante 72 horas sin ayuda exterior como agua, alimentos básicos, medicamentos o baterías. Como Spain is different y aquí todo nos lo tomamos a guasa, las redes sociales comenzaron a echar humo con memes que mostraban kits cargados de embutido y vino, y eso que la noticia era cuanto menos preocupante. También por imposición supranacional, al considerarse que la defensa es una prioridad a la que tienen que contribuir todos los países miembros, nuestro gobierno, como el resto de países de la OTAN, elevará el gasto militar, agárrense los machos, desde el 1’32% del Producto Interior Bruto de este año hasta el 2% en 2029, lo que supondrá pasar de los 17.523 millones de euros destinados a defensa en 2024 hasta los 36.560 en tan solo un lustro. Párense a pensar la animalada de pasta que se va a invertir en tanques y balas cuando las listas de espera de los hospitales se alargan, los procedimientos judiciales se dilatan y encima la declaración de la renta te sale a pagar. A río revuelto ganancia de pescadores, porque las únicas que saldrán beneficiadas con todo esto son las empresas armamentísticas, adentrándonos así en una peligrosa espiral de la que desconocemos sus trágicas consecuencias, todo ello bajo el pretexto de que hay que armarse hasta los dientes para que la diplomacia sea realmente creíble y efectiva, lo que constituye un contrasentido en sí mismo.
Por si faltara poco, en medio de este caos ha empezado a sonar con fuerza entre la ciudadanía el runrún de quien estaría obligado a ir a filas en caso de guerra además de los militares profesionales, hablándose ya de reservistas voluntarios, de especial disponibilidad y obligatorios, es decir, de movilizar a la población civil de entre 18 y 53 años ante situaciones excepcionales recordando el contenido del artículo 30 de la Constitución que reconoce a los españoles el derecho y el deber de defender a España. Incluso ha vuelto a surgir el debate sobre la necesaria reinstauración del servicio militar obligatorio como complemento al ejército profesional y voluntario existente igual que ocurre en países como Lituania y Letonia, posibilidad ésta que también resuena con fuerza en Francia o Alemania.
Por el momento parece que no hay de qué preocuparse. O tal vez sí, porque la ministra de Defensa ha afirmado de forma rotunda que «En España no va a haber servicio militar obligatorio. No creo que se le haya pasado por la cabeza a nadie», e incluso el presidente del Gobierno ha afirmado que su paso por la mili fue «una pérdida de tiempo». Échense a templar entonces, porque ya saben que no es la primera vez que «donde dice digo, digo diego». Véase lo que pasó con la amnistía y con otras tantas calamidades negadas categóricamente y a rajatabla que, con el paso del tiempo, las presiones, los intereses y las necesidades, se han convertido en una penosa realidad que tenemos que tragarnos sin rechistar. Yo que ustedes, por si acaso, iría mentalizándome, poniéndome en forma y tomando nota de la actitud para el combate que el sargento Arensivia transmitía a sus soldados con ese particular lenguaje rabalero que caracteriza a algunos mandos militares con aquello de «siega fieresa y cruel agresividá acompañada de gritos y sonidos salvajes con el fin de aterrorizar y amedrentar al susodicho enemigo». Hagan el favor, quintos sí, pero de cerveza.
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