Ana Mateos
Ana Mateos

Comunicadora

Lo de tener casa en Formentera

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Aprovechando que hoy es lunes de Pascua me he acordado de una expresión que me viene perfecta: «De Pascuas a Ramos» que quiere decir algo que sucede casi nunca o rara vez. Podría, en mi caso, referirme a este refrán al revés: De Ramos a Pascuas… que es el tiempo que las personas de las que no sé nada durante todo el invierno deciden recordar gracias al buen tiempo que vivo en Formentera.

Me voy a explicar un poco mejor. Yo he vivido aquí, con mis padres, desde que nací y siendo nosotros una amplía familia era habitual que durante el verano recibiéramos en casa visitas de todo tipo, porque mis padres, la verdad, siempre han sido muy sociables y siempre han tenido las puertas de nuestro hogar abiertas para todo el mundo. Además, al dedicarse al turismo, era habitual tener visitas en casa. Sinceramente, no sé cómo lo hacían para ser tan buenos anfitriones teniendo que trabajar doce horas diarias sin un mísero día de descanso. A mí personalmente, según me cuentan, nunca me gustó demasiado lo de tener la casa llena de gente, sentía que invadían mi espacio y cambiar de habitación para dejársela a alguien que venía a pasar unos días no me parecía del todo bien; pero eran familia o amigos, y al final, siendo yo una niña, me acostumbraba y no me quejaba demasiado.

Cuando crecí y me fui a la universidad, descubrí algo que, hablando con otras personas que viven en lugares paradisíacos, parece «habitual»: que personas con las que no tienes demasiada relación decidan autoinvitarse en plena temporada a tu casa. De hecho, el año pasado, en un telediario nacional daban consejos sobre ahorrar en vacaciones estivales y uno de ellos era «ir a casa de familiares y amigos». Claro, yo tengo otro: para ahorrar en la cesta de la compra, ve a llenar la bolsa a la despensa del vecino.

No negaré que durante algún tiempo cedí y decidí abrir las puertas de mi casa durante el verano a aquellos que querían venir a Formentera a pasar unos días. Y no sólo eso, ejercía de perfecta guía turística, aunque estuviera cansada, les paseaba por toda la isla, incluso les hacía el desayuno, les preparaba la comida y les acompañaba allá donde quisieran o les dejaba mi coche para que pudieran moverse con total libertad. Vamos me convertía sin querer en un «pack vacacional perfecto», era un tour operador encubierto; pero eso cuando conocí a mi actual marido (el cual se sorprendió fuertemente de este hecho) se acabó. Me dijo que nuestra casa era nuestra y que si alguien quería venir, buscase alojamiento, que en la isla hay muchos y por diferentes precios. También ayudó el hecho de que mi casa es pequeña, si por casualidad tienes una habitación libre…¡Estás perdida!

Sé que puede sonar a que soy menos sociable que mis padres (y lo soy) pero tengo colegas que viven aquí en la isla y en otras islas turísticas que literalmente -y juro que no me lo invento- tienen la casa «llena» de mayo a septiembre, que les falta un planificador como esos que tienen en los hoteles para poder cuadrar visitas.

Yo ahora, lejos de querer parecer ser una borde, sólo acepto en mi casa a mis amigos de verdad. Con los que tengo contacto todo el año. A esos que vienen a verme a mí haga buen o mal tiempo. De esos que comprenden que sus vacaciones coinciden con mi época de trabajo y que se alegran de pasar momentos juntos y, por supuesto, de disfrutar de mi paraíso, del que saco pecho siempre que tengo ocasión. Eso sí, tengo una máxima, en este caso de mi abuela, y es que los invitados, como el pescado, a los tres días huelen.