Francisco y el vino

El Papa Francisco. | Harald Titte

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«El vino es un don de Dios», gustaba decir el Papa Francisco. El Vaticano mantiene el consumo de vino por garganta más alto del mundo, lo cual es buena prueba de su espiritualidad. Alegan que es por la liturgia, pues el vino es fundamental en la celebración de la Santa Misa, pero también pienso que beber vino abre la senda espiritual y permite comulgar con la Divinidad, como han proclamado místicos y poetas de diversas religiones de todos los tiempos, que siempre han sabido encontrarse gracias al vino y al amor.

Francisco se casó con la iglesia porque no pudo casarse con la mujer que amaba (eterno cherchez la femme) y llegó a Papa contra su voluntad. Trajo aires porteños al Vaticano y, como buen argentino, no se callaba y tenía salidas magníficas y políticamente incorrectas para los puritanos que nada tienen que ver con la pureza. Irradiaba alegría y desplegaba sentido del humor, cualidades que bailan maravillosamente tanto con la espiritualidad como con el buen vino, elixir vital muy temido por los fanfarrones de la sobriedad.

Su misa y paseo bajo la lluvia en San Pedro, en medio de la soledad e histeria pandémica, fue impresionante y provocó un rayo de esperanza en un mundo oscuramente confinado. Ha sabido poder firme a mucho gañán del poder y clamado contra la injusticia con voz valiente. Tal y como deseaba, su personalidad ha dejado huella. El Domingo de Resurrección dio la bendición urbe et orbe y horas después se dejó ir al regazo amantísimo de María.