Sergio González Malabia
Sergio González Malabia

Juez Decano de Ibiza y Formentera

El problema fue la solución

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No podíamos imaginar, cuando aquel caluroso 14 de julio partíamos rumbo a Berlín, que además de traernos a casa la cuarta Eurocopa de fútbol de nuestra historia íbamos a encontrarnos con una de esas personas que trascienden lo común. La aventura comenzaba torcida por el retraso sufrido en la salida del vuelo, lo que hizo presagiar un prematuro final de nuestro viaje. Tan solo la compañía sirvió para minimizar la tensión hasta partir finalmente rumbo a Stuttgart, donde haríamos escala para llegar a Berlín y alcanzar la gloria en su Estadio Olímpico. Durante aquella escala sobrevino otro imprevisto, esta vez con las tarjetas de embarque, denegándonos momentáneamente el acceso al avión mientras se nos separaba de la fila quedando a la espera. No fuimos los únicos a los que falló la tarjeta de marras. La misma suerte corrió aquel día Antonio, que con su gorra hacia atrás y su mochila a la espalda permaneció junto a nosotros durante aquel incierto destierro aeroportuario. Ninguno de los tres intuimos entonces que allí, en aquel instante, sin mayor pretensión o interés, se estaba fraguando una sincera amistad. Resuelto el entuerto conseguimos embarcar y sentarnos plácidamente, casualmente en asientos contiguos, iniciándose una larga conversación que no concluyó hasta alcanzar la parada de taxis, ya en el exterior del aeropuerto berlinés. Como saben, aquella noche vencimos al combinado inglés por dos goles a uno, pero nosotros nos trajimos a casa un trofeo mucho más valioso.

Antonio, más conocido por su apellido artístico, resultó ser el reconocido cantante y compositor español nacido hace cincuenta y dos primaveras en Hospitalet de Llobregat que cuenta en su haber con himnos inmortales como Devuélveme la vida, Estoy hecho de pedacitos de ti o Mi héroe. Atesora multitud de reconocimientos, premios y éxitos en la vida, pero también, como buen púgil, ha tenido que encajar durísimos golpes. De origen humilde, todo cuanto posee lo ha conseguido a base de esfuerzo, sacrificio y mucha cabeza. Su carácter cercano, sencillo, amable y noble, junto a su inteligencia, chispa y altruismo, lo convierten en una de esas personas que te miran a los ojos, que te rodean por el hombro cuando paseas a su lado y te aprietan con sentimiento cuando te abrazan. Su hijo Jan es el orgullo de su padre en la tierra y de su madre en el cielo, y Antonella, su ojito derecho, le tiene robado el corazón. A ella le dedica su último éxito, Te juro que no hay un segundo que no piense en ti, canción de infinito título y dedicable contenido que integra el primero de los singles de su recientemente estrenado último trabajo, El tiempo no es oro, repleto de temas que alimentan el corazón y la libido, del que también destaca, junto a Despierta, canción que dedica al día que nos conocimos, el temazo El problema fue la solución, con el que quiere expresar, como él mismo nos explicaba, que aquello que podemos considerar en un primer momento como un grave problema puede llegar a convertirse finalmente en su propia solución.

Situados ya en el albor de una nueva temporada turística, transcurrido en su práctica totalidad el largo letargo invernal que nos asola de noviembre a abril y sin la adopción durante este silencioso periodo de medidas realmente contundentes, podemos observar como el problema habitacional continúa erosionando, como una gota malaya, la normal y necesaria convivencia en nuestras islas. No han desaparecido, formando parte integrante de los bucólicos paisajes ibicencos, los asentamientos chabolistas que comenzaron a aflorar hace ya algunos años y que tuvieron su mayor repercusión la temporada pasada con sonados desalojos como los del hotel Rustic o Can Rova. En otros emplazamientos, por el contrario, siguen conviviendo con lujosas villas, siendo sus habitantes por lo general trabajadores que se ocupan de atender y servir a los moradores de aquellas. Albañiles, electricistas, fontaneros o cajeras de supermercado conviven con trabajadores que prestan sus servicios en organismos públicos e incluso en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, afirmando que prefieren pasar frío que tener que soportar la humillación de pagar un dineral por una habitación de mala muerte. En ocasiones la solución pasa por habitar en una autocaravana, lo que tampoco les librará de ser perseguidos sin compasión alguna. Resulta alarmante leer que muchas familias, con hijos escolarizados, deben marcharse de la isla en busca de mejor fortuna, como irritante es contemplar que se crea un poblado chabolista tras el recinto ferial con la estampa de fondo de la Ibiza patrimonio «sin» humanidad.

El problema se ha denunciado por activa y por pasiva desde todos los ámbitos, pero ni tan siquiera los representantes políticos de las distintas formaciones se ponen de acuerdo para ir todos a una como en Fuenteovejuna. Una vez más las consignas de partido prevalecen sobre sus propios deseos. Pues nada, ya está aquí una nueva temporada estival y continua el mismo problema, en aumento y sin solución alguna. El precio de compra de la vivienda está desbocado. Ya hablamos de más de 500 mil y de hasta 700 y 800 mil euros por un mero piso de 80 metros cuadrados. Los arrendamientos de vivienda rondan los 2.500 euros mensuales y hasta alquilar una austera habitación se ha convertido en misión prácticamente imposible. La población trabajadora, completamente necesaria para el funcionamiento de la principal y única economía local, se ve obligada a residir en este tipo de infraviviendas ubicadas sin orden ni concierto en cualquier solar o terreno con condiciones de salubridad y habitabilidad cuanto menos cuestionables, con los inconvenientes que de ello se deriva para todos. En vez de adoptar medidas valientes para facilitar el pleno disfrute del derecho a la vivienda los esfuerzos se destinan a ir moviéndolos de un lugar a otro, prohibiéndolos o persiguiéndolos en vez de regularlos, sin ver que cada día aparecerán más y estarán más poblados. No hay suficiente personal que atienda los servicios esenciales y necesarios que debe prestar la Administración del Estado en nuestras islas, ofreciéndose cada vez un peor servicio a los ciudadanos muy alejado de la calidad que merecen en proporción a los tributos que abonan. Por si fuera poco, afloran las ocupaciones de viviendas sin que contemos con una legislación que permita dar al problema una solución rápida y efectiva. Eso sí, mientras tanto se descorcharán botellas a precios indecentes, se alquilarán villas de lujo por un pastizal, no cabrán más yates en el puerto ni jets privados en el aeropuerto y la fiesta continuará cada noche a golpe de talonario.

Ante este panorama y hastiado de reclamar incesantemente la atención que merecen nuestras islas por parte del Estado, como la necesaria actualización del plus de insularidad, prefiero que el problema no cese y vaya en aumento hasta el infinito y más allá. Que la situación colapse y explote de una vez por todas, porque hasta que eso no ocurra y sea demasiado tarde tengo la sensación de que no se hará absolutamente nada realmente interesante por solucionarlo. Tal vez solo así podamos decir, como canta Antonio en el disco más caro de su vida, que el problema fue la solución.