Esta semana, una noticia ha sacudido a la opinión pública de la isla más allá de los openings de las discotecas. Un hombre, detenido como presunto autor de un delito de violencia de género, se encuentra en estado crítico en la UCI de Can Misses tras dispararse en la cara con una escopeta.
En cuanto se conoció la noticia, ésta corrió como la pólvora por medios de comunicación, redes sociales y de boca en boca por todo tipo de persona y condición. Un profundo drama humano que, una vez más, corre el riesgo de ser devorado por la inmediatez, el morbo y el juicio social sin matices, por más que no podamos obviar que el dolor que han generado los hechos es real y múltiple. Que detrás de todo esto hay una mujer que, presumiblemente, ha sufrido maltrato; un hombre que, culpable o no, ha llegado al borde de la autodestrucción; un hijo que, presuntamente, asistió a la discusión de los progenitores y luego tuvo que escuchar como ha terminado todo, y el de unas familias destrozadas para siempre.
Sin embargo, más allá del caso concreto, lo urgente es detenernos para mirar el contexto general y volver a considerar, una vez más, que la violencia machista no se combate con titulares efectistas ni con condenas exprés desde el sofá de casa, por más que nadie pueda poner en duda que la violencia de género es un problema estructural. Lo dicen los datos, lo confirma la experiencia cotidiana, y lo demuestra cada mujer que vive con miedo. No se trata de hechos aislados, ni de relaciones «tóxicas», sino de una realidad que, en sus formas más extremas, mata.
Los casos de maltrato, agresión o control no son nuevos y siempre los ha habido a lo largo de la historia aunque ahora cada vez salen más a la luz. Y eso es positivo porque significa que hay más conciencia, más apoyo a las víctimas y más herramientas para actuar. Pero aún así, no podemos detenernos ya que aún nos queda un largo camino por recorrer si tenemos en cuenta que son muchas las mujeres que siguen enfrentándose al silencio, a la culpa o al descrédito y que, incluso, no se atreven a denunciar pensando en que no las creerán o no podrán ser protegidas lo suficiente. Y es por eso que cuando una de ellas da el paso, nosotros como sociedad debemos estar a la altura.
Escucharlas, protegerlas, investigar que ha pasado y, sobre todo, garantizar un proceso justo para todas las partes involucradas, teniendo en cuenta siempre que el compromiso con las víctimas no puede pasar por encima del principio más básico del derecho: la presunción de inocencia.
Presunción de inocencia: garantía, no obstáculo
Y es aquí donde precisamente se entra en muchas ocasiones en terreno pantanoso. Alguien denuncia violencia machista y, casi de inmediato, una parte de la sociedad exige castigo antes siquiera de que comience la investigación, mientras que otra parte, más escéptica o quizá más ideologizada, se lanza a defender al acusado sin conocer los hechos. Y mientras, en medio, la verdad, la justicia y la humanidad, se quedan atrapadas en titulares, tuits y comentarios virales que no tienen en cuenta que defender la presunción de inocencia no es ponerse del lado del agresor sino ponerse del lado de un sistema justo, donde no se condena sin pruebas ni se destruyen vidas sin certezas. Es, sencillamente, respetar los tiempos de la justicia que aunque son más lentos son más fiables que el tribunal del trending topic.
Por favor, no se me confundan. No se trata de dudar de la víctima. Se trata de no juzgar al presunto culpable hasta que haya un veredicto firme. Porque si empezamos a legitimar el linchamiento público como método de justicia, abrimos la puerta a muchos otros abusos, y ninguna causa, ni siquiera la más noble, puede construirse sobre la base de la arbitrariedad.
El papel de los medios: entre la urgencia y la responsabilidad
Y es aquí donde los medios de comunicación y los periodistas también tenemos que jugar un papel clave y para eso también tenemos que hacer nuestra parte de autocrítica. Porque mientras unos informan con profesionalidad y con seriedad, otros caen directamente en el sensacionalismo con imágenes del detenido, detalles escabrosos del intento de suicidio, cualquier tipo de vídeo que se pueda colgar rápidamente en las redes… y todo ello, como ya es habitual, sin apenas filtro y en busca del clic fácil. De la visita que nos de seguidores para vendérselos a nuestros anunciantes.
Desgraciadamente, ya estamos acostumbrados a que lo que debería ser una noticia tratada con extrema sensibilidad se convierte, en cuestión de horas, en contenido viral sin preguntarnos ¿quién gana con eso?, ¿qué gana la víctima viendo su caso convertido en espectáculo? o ¿qué gana la sociedad al acostumbrarse a consumir dolor ajeno como entretenimiento? Preguntas que me ofrecen la respuesta de que necesitamos un periodismo que no renuncie a informar, pero que al mismo tiempo lo haga con rigor, contexto y empatía. Que sepa distinguir entre el interés público y el morbo. Que recuerde que detrás de cada noticia hay vidas.
Una sociedad que aún mira hacia otro lado
También tenemos que ser conscientes de que al ser un tema tan complicado y tan enraizado en nuestra sociedad, la violencia machista no desaparecerá solo con leyes como las actuales que aunque son del todo necesarias también son claramente mejorables. Ni tampoco con campañas. Desaparecerá cuando cambien las actitudes, cuando eduquemos en igualdad, cuando dejemos de tolerar el control, los celos, el desprecio, la violencia verbal y cuando entendamos que esto no va solo de «monstruos» aislados, sino de patrones de conducta normalizados durante siglos.
Por eso es tan importante que la sociedad reaccione. Que escuche a las víctimas, pero también que exija procedimientos limpios y justos. Que denuncie la violencia pero que no convierta cada caso en una cruzada personal. Combatir la violencia de género exige cabeza, corazón y garantías y en el caso de lo ocurrido en Ibiza así lo atestigua. Una mujer denunció, y debemos confiar en que la justicia hará su trabajo. Un hombre se ha autolesionado gravemente, y eso también es un fracaso de la sociedad, de las instituciones y de los medios de comunicación.
Este no es un momento para el espectáculo. Es un momento para reflexionar y para entender que la lucha contra esta lacra es una prioridad absoluta que debe hacerse desde el respeto al proceso correspondiente. Porque solo así construiremos una sociedad más segura, más justa y más humana, y teniendo en cuenta que si nos olvidamos de la presunción de inocencia entonces no tendremos nada a lo que aferrarnos.
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