TVE manda al periodismo a la UCI

Marta Riesco, en el Vaticano, durante una cobertura | Foto: @marta.riesco

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Odio llevar razón. Y menos presumir de ello porque siempre me ha parecido de prepotentes, de chuletas o de presumidos. Pero el caso es que el pasado 20 de abril ya escribí con cierto desánimo en una de estas humildes reflexiones domingueras de Periódico de Ibiza y Formentera sobre la situación tan dantesca que vive una Televisión Española que ha convertido «el servicio público en cabalgata del absurdo».

Y es que mientras algunos ilusos, entre los que me encuentro, seguimos creyendo en el periodismo, la Televisión Pública, esa en la que nos dejamos impuestos y dignidad a partes iguales, ha decidido reinventar el género informativo. Y no lo ha hecho a base de corresponsales veteranos ni tampoco con especialistas en geopolítica vaticana ni por supuesto con tertulias de expertos que nos puedan aportar datos hasta ahora desconocidos sobre el tema, sino con lo que parece que se lleva ahora y que no es otra cosa que es enviar a Marta Riesco al Cónclave. Roma como decorado, y el micrófono de los informativos de TVE como elemento de atrezzo. Una maravilla.

Y es que la televisión de todos decidió elegir como protagonista de esta fabulosa historia a una joven que se hizo un hueco en los pasillos de la fama más por sus noviazgos de portada y sus declaraciones en programas de dudoso gusto que por su trabajo periodístico, por más que presuma de tener la carrera en ciertas redes sociales. Y todo ello, con La familia de la tele de fondo y la excusa de cubrir la elección del nuevo Papa y no para grabar una parodia de Muchachada Nui ni un sketch del programa de José Mota.

El caso es que la experiencia no pudo salir peor. Desde un lugar tan emblemático como la Plaza de San Pedro y con cara de no saber si está ante una fumata blanca o ante el humo de una carbonara mal hecha, Riesco intentó con apenas éxito entrevistar a monjas y peregrinos con preguntas de una profundidad teológica y periodística solo comparable al horóscopo de una revista juvenil y dejándoles con la boca abierta cuando les soltaba aquello de… «¿Qué Papa es vuestro favorito?, ¿Creéis que la Iglesia necesita más amor? o ¿Cómo me acerco al nuevo Papa si lo eligen hoy?»… y todo ello emitido con el logo de TVE bien visible porque puestos a desmantelar la credibilidad de los informativos, al menos que se note.

El Consejo de Informativos de RTVE, que todavía conserva algún reflejo de dignidad y vergüenza profesional, publicó al día siguiente un comunicado que es para enmarcar y en el que aseguraba que «ni el tono ni la forma de este programa es lo que se espera de una televisión pública en un evento de esta importancia» y que tanto profesionales y como espectadores «merecen respeto».

Desgraciadamente para todos ellos, la respuesta del programa fue aún más insultante. Sin rectificaciones ni autocrítica, La familia de la tele prefirió tirar de supuesto sarcasmo y espectáculo mal entendido. Al día siguiente, la conexión con Marta Riesco fue recibida entre aplausos, gritos de «¡Bravo, Marta!» y bromitas internas sobre su «riguroso» trabajo y ella, encantada, hablaba esta vez desde la «casa maldita» de Raffaella Carrà, que no se vende desde hace años, demostrando que no hay mejor manera de informar o contextualizar un hecho de tal relevancia histórica que buscar fantasmas pop o hablar de propiedades inmobiliarias y casas encantadas.

La cosa sería cómica si no fuera trágica. Lo que hace años era Sálvame Deluxe ahora se llama «formato híbrido de actualidad» y se emite en la cadena pública, con guion de reality y cobertura de fake-news friendly. Algo que podría tener algún tipo de sentido si todo esto no fuera pagado con dinero público. Si no significara el atropello diario a la labor de cientos de periodistas que madrugan y se esfuerzan para contrastar sus informaciones y respetar el oficio. Un atropello para los pocos que aún siguen apostando por romperse la cabeza durante cinco años estudiando periodismo, pagar másters o vivir encadenados a contratos precarios y redacciones cada vez más en ruinas, cuando ahora lo que se premia es haber salido en una portada con alguien que esté de supuesta actualidad o haber llorado en directo por una ruptura mediática. Y es que si la vara de medir es Marta Riesco, sobran facultades y faltan platós.

También es cierto que ella no ha engañado a nadie. Ella es la misma que fue despedida de otros medios por cuestiones nada académicas, la misma que se grababa a escondidas en pasillos o que hablaba en los programas de televisión de ser «víctima de una campaña mediática» cuando se la cuestionaba. El problema no es ella. Es quien la ficha. Quien la coloca. Quien le pone un micro con el logo de los informativos de TVE en las manos y la manda a Roma mientras la programación de nuestra televisión pública se descompone viendo como las pocas ficciones que mantenían la dignidad de la parrilla son desplazadas para dejar hueco a este circo de tarde al que ni siquiera los datos de audiencia acompañan. Y es que ni siquiera el morbo se sostiene cuando se agita sin control.

Desgraciadamente todo esto da igual. Esta pequeña pataleta y esta pequeña reflexión nace ya casi muerta porque en la sede de Televisión Española, en Prado del Rey, los que mandan han decidido que el camino a seguir es el entretenimiento de alto coste para las arcas públicas y el espectáculo de muy mal gusto financiado por todos nosotros, y sin importarles si se cargan o no el alma de RTVE. Porque hay quien ha descubierto que lo mejor para responder a un comunicado institucional de profesionales de prestigio es tirar de «ironía» y referencias a Raffaella Carrà. Que ante el desastre ético y profesional, mejor cantar que argumentar mientras siguen en una huida hacia delante que acabará convirtiendo a la televisión de todos en un canal de YouTube sin monetizar, con reporteros que harían sonrojar a una chica en prácticas y a una profesión que ha pasado de tener columna vertebral a necesitar asistencia paliativa. Y es que cuando Marta Riesco es corresponsal, el periodismo no es que esté en crisis… es que está en la UCI mientras muchos van haciendo cola para velar su entierro.