Opinión
Ibiza, la isla del tiempo robado
En Ibiza no pasa el tiempo: se lo llevan. Concretamente, se lo sisan a la gente de la muñeca, a plena luz del día y con una precisión suiza que haría sonrojar al mismísimo Patek Philippe. Y es curioso, porque este fenómeno tan peculiar, consistente en robar relojes de alta gama, se da en Ibiza con mucha mayor frecuencia que en el resto del archipiélago balear. Aquí te levantan el Rolex con una elegancia que parece una coreografía del ballet de Moscú. No seré yo quien critique en qué se gasta cada cual su dinero. Faltaría más. Si uno quiere invertir 6.000, 12.000 o 40.000 euros en un reloj para comprobar la hora en la muñeca —en pleno 2025, con el móvil en el bolsillo—, adelante. Es su dinero. Aunque hay que reconocer que llevar un Audemars Piguet por las calles de Sant Antoni, como si se tratara de un Casio del mercadillo, requiere una fe en el prójimo un tanto temeraria. Es conocida la atracción que la isla ejerce hacia cierta fauna delictiva altamente cualificada. No hablamos de raterillos improvisados: hablamos de verdaderos artistas del despojo, capaces de hacer desaparecer un Richard Mille en lo que uno tarda en pedir un mojito. Al final, cada verano en Ibiza es una ruleta rusa del lujo. Y los impúdicos exhibicionistas de la fortuna que atesoran, pobres incautos, no caen en la cuenta de que pululan, siempre vigilantes y al acecho, decenas de amigos de lo ajeno que serían capaces de cortarles el brazo sin titubear en tal de llevarse ese reloj de pulsera que luego otros comprarán a mitad de precio. Pese a eso, siempre hay quien no se priva de hacer ostentación de un peluco carísimo, en una terraza repleta de gente, como si nada. Porque, claro, ¿de qué sirve tener un reloj de 20.000 euros si no es para que los demás lo vean? Se llama vanidad o indiscreción. Pero cuidado, que no sea por última vez. Luego vendrán los lamentos.
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