Opinión

La commedia è finita

El presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, durante una rueda de prensa, en la sede del PSOE en Ferraz, este jueves | Foto: Europa Press - Gabriel Luengas

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Pedro Sánchez, aquel prodigio del relato que convirtió la resiliencia en marca personal, hoy parece un personaje atrapado en su propia narrativa. Su ambición era épica, regeneradora, casi mesiánica. Pero los escándalos que lo cercan han reducido su proyecto a un dramático ejercicio de contención: resistir no ya por España, sino frente a su propio derrumbe.

La figura presidencial se tambalea no por una gran conspiración, sino por algo más simple y devastador: la acumulación. Una esposa, Begoña Gómez, investigada por tráfico de influencias; un hermano, David, cuestionado por su opaca vinculación con dinero público; y un entorno político convertido en verbena de comisiones, donde los nombres de Ábalos, Koldo, Santos Cerdán (y muy pronto, Armengol) dan cuerpo a la trama de un PSOE que ha arrasado la credibilidad de todas las instituciones.

La histriónica situación resulta insoportable para un hombre que fue presidente fruto de una moción de censura cuya promesa fundacional era precisamente la limpieza, la transparencia, la ética como bandera. Hoy esa bandera ondea mustia, atrapada entre la arrogancia de no rectificar y el miedo a someterse al escrutinio de los ciudadanos.

El agotamiento del proyecto político de Sánchez no es sólo institucional, sino también emocional. Sus reacciones se han vuelto previsibles: la carta dramática, el victimismo intelectualizado, el encierro táctico en su palacio presidencial. Pero ya no cuela. Se detecta el vacío. Su liderazgo, antes vibrante, hoy suena hueco.

Acorralado, sí. Pero no sólo por la derecha, ni por los jueces, ni por la prensa hostil. Pedro Sánchez está acorralado por lo más implacable de la política: la realidad. Esa que no se negocia, no se maquilla y, tarde o temprano, presenta la factura. Sin comisiones.