Opinión

El chunda-chunda no es patrimonio

DJ | Foto: Pixabay

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Pocas cosas hay más desconectadas de la realidad que un DJ enfadado con vocación de mártir cultural. La Asociación de DJ de Ibiza ha exigido, con toda la seriedad de quien cree que girar una rueda y levantar los brazos es arte ancestral, que la música electrónica sea declarada patrimonio cultural inmaterial de la isla. Todo porque se les prohibió pinchar en un local situado dentro del parque natural de ses Salines.

¿La electrónica como esencia de Ibiza? No. La música electrónica en Ibiza no es una tradición local: es un producto de importación, pegado al boom del turismo de masas, del desfase y del ‘todo vale’ mientras haya tickets VIP y consumiciones mínimas de 20 euros. Que no nos cuenten que poner techno a todo volumen en una playa protegida es parte del alma de la isla.

Ibiza fue, mucho antes de convertirse en capital mundial del after, una isla agrícola, marinera y espiritual. La cultura ibicenca es el ball pagès, las iglesias encaladas, las matanzas, las fiestas de pou, las procesiones de la Virgen del Carmen o el mismísimo bollit de peix. No las sesiones interminables de chunda-chunda con turistas desplomados al amanecer. Que unos cuantos DJs vengan ahora a apropiarse de la palabra ‘cultura’ para blindar sus negocios y mantener la fiesta donde no toca es, como mínimo, insultante.

No se trata de odiar la música electrónica —que tiene su lugar y su público— sino de poner los pies en la tierra: no todo lo popular es patrimonio, y no todo lo que genera dinero merece protección institucional. Hay más Ibiza en una siesta bajo una higuera que en un set de doce horas con pulseras luminosas.

Si los DJs quieren defender algo, que empiecen por reconocer que lo suyo es industria, no legado. Lo demás es humo de máquina en la pista.