Opinión

La zambullida

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¿Muerte en Venecia? El esteta Aschenbach se hubiera arrojado al Gran Canal para ahogarse en belleza antes que asistir al paso de la millonaria comitiva nupcial del Chonity Fair. La epidemia contagiosa de horterada internacional a 40 grados resulta inaguantable a palo seco. En cambio Casanova hubiera hecho su agosto seduciendo a unas y timando a otros, pues, como él mismo confiesa en sus memorias: «Nada podrá hacer que no me haya divertido».

Cuestión de carácter melancólico o vividor y de una copa a tiempo. El Dry Martini del Harry´s está muy bueno, pero prefiero la fórmula de Somerset Maugham, traveller in romance, que empleaba absenta en lugar de Noilly Pratt. Ginebra helada con una gota del hada verde de Marí Mayans. Es un Martini pitiuso que ayuda a burlar el bochorno y reírse de la feria de vanidades tanto en Ibiza como en Venecia.

«Pero ¿qué sería de nosotros sin los bárbaros?», se preguntaba Kavafis mientras admiraba Tadzios de ojos almendrados. «Quizás sean una solución, después de todo», responde el poeta. Cambiad el término «bárbaros» por «turistas», y tanto monta.

Pero siempre hay escapadas vírgenes. La luna nueva de la campiña de Santa Inés se columpiaba purpúrea en mi copa cuando me zambullí en SAFA, sorprendente, seductor y salvaje espacio, invitado por la cineasta Iva Fischer Cvjetkovic. Y allí estaba un perfecto símbolo de las nuevas invasiones: una sombrilla verde de Benirrás anclada en la tierra fenicia con una espada de acero toledano. «Derecho de conquista turística», afirmaba claramente la obra de Lena Marie Emrich, una nueva Excalibur que nadie osa desenterrar, cuestión de dependencia económica (¿prostitución o simple ligereza de cascos?) de los bárbaros industriales.