Opinión

Cordura en las playas

Imagen de archivo de Platge de Comte | Foto: PIF

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Las playas de Ibiza donde crecimos los nacidos en la década de los ochenta ya no existen. Los ibicencos de antaño, animales de costumbres fijas y poco dados a la improvisación, teníamos nuestra playa de cabecera a la que no faltábamos ningún fin de semana. Una época en la que el euro aún no había aparecido en nuestras vidas y aún era posible encontrar hamaca y sombrilla para todo el día por menos de mil pesetas. En la arena, casi todos a tu alrededor eran conocidos, no había problemas para aparcar, la prensa del día no fallaba para estar entretenidos mientras no estaban en remojo y para ser feliz tan solo necesitabas la gafas y el tubo de bucear. Si aquel día tus padres estaban de buen humor, quizás te daban 20 duros para un helado en el chiringuito. Si se celebraba alguna efeméride familiar o era Santa María, tocaba comer paella en el restaurante sin que ello supusiera un destrozo para la cartera familiar y sin tener que escuchar otra música que no fuera la de los camareros detrás de la barra limpiando vasos como locos. Eso sí: había que respetar la hora y media tras comer antes de volver a bañarte por culpa del maldito corte de digestión. En fin, éramos felices y no lo sabíamos. Todo aquello se esfumó, nos hemos hecho mayores e ir a la playa ya no es lo que era. Todo me pone de mal humor: el calor, el no poder aparcar, el ‘chunda-chunda’ del beach club, no poderme comer unos pinchitos con patatas a menos de 20 euros y el no conocer a nadie a mi alrededor. Ibiza ya no es lo que era ni lo volverá a ser. Será que me hago viejo.