Sergio González Malabia
Sergio González Malabia

Juez Decano de Ibiza y Formentera

Opinión

Stonewall Inn

Concentación en la plaza del Mercado en rechazo a agresiones homófobas | Foto: Europa Press

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Greenwich Village era un concurrido barrio neoyorquino en los años sesenta, época convulsa en la que confluyó en los Estados Unidos el movimiento pro derechos civiles de los afroamericanos con las manifestaciones populares contra la guerra de Vietnam. Ambas reivindicaciones coexistían en un sistema legal hostil que perseguía al colectivo homosexual con el beneplácito del gobierno. Excepto Illinois, todos los estados norteamericanos penalizaban el sexo homosexual consentido entre adultos en el ámbito privado con penas de entre cinco a veinte años de prisión, a lo que se sumaba la posibilidad, en estados como Pensilvania o California, de poder ser encerrados en instituciones mentales de por vida, pudiendo llegar incluso a ser castrados hasta en otros siete estados. En este contexto pocos eran los comercios que se atrevían a atender o a servir a personas abiertamente homosexuales a excepción de un reducido número de establecimientos entre los que se encontraba el bar Stonewall Inn, ubicado en los números 51 y 53 de Christopher Street, propiedad de la mafia italiana y frecuentado habitualmente por personas marginadas por diversas razones, incluida su orientación sexual.

La madrugada del 28 de junio de 1969 la policía llevó a cabo en este bar una de sus rutinarias y habituales redadas en establecimientos de la zona. Pero lo que hasta el momento se saldaba con diversos arrestos y multitud de vejaciones por parte de los agentes recibió en esta ocasión la firme oposición de su clientela, atrayendo a su vez a una desbocada muchedumbre que se reveló frente a la opresión injustificada de la que estaban siendo víctimas, lo que derivó en una serie de manifestaciones espontáneas, violentas y multitudinarias de la población que se extendieron durante varias noches hasta el 3 de julio y que se conocen popularmente como los disturbios de Stonewall, germen del movimiento LGTBIQ+ y origen de la fecha en que se conmemora el día internacional del orgullo para dar visibilidad en la sociedad a personas marginadas y represaliadas necesitadas del debido respeto y consideración que merece todo ser humano con independencia de su orientación sexual o identidad de género.

Las primeras marchas del orgullo tuvieron lugar en Nueva York y los Ángeles para conmemorar el primer aniversario de los disturbios de Stonewall el 28 de junio de 1970. Con el tiempo otras ciudades del país se unieron a una reivindicación que se extendió rápidamente alrededor del mundo. En nuestro país la primera de ellas tuvo lugar el 27 de junio de 1977 en Barcelona, donde cerca de 5.000 mil participantes congregados en las Ramblas por el Frente de Liberación Gay de Cataluña fueron dispersados por la policía en las inmediaciones de la fuente de Canaletas. El 25 de junio de 1978 se unieron a la marcha ciudades como Bilbao, Sevilla o Madrid, siendo organizada la de la capital por el Frente de Liberación Homosexual de Castilla. Llegó a congregar en el parque del Retiro a 10.000 personas que clamaban, como en Cataluña, por la amnistía de los presos por homosexualidad y la derogación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que la tipificaba como delito castigado con el internamiento en un centro de reeducación. La norma finalmente fue reformada a finales de 1978, si bien manteniéndose vigente, junto a la Ley de Escándalo Público derogada en 1988, hasta la aprobación del Código Penal en 1995, momento en que dejaron de existir definitivamente en nuestro país leyes que penaran o castigaran de forma directa a los integrantes del colectivo.

En los años 80, como consecuencia del grave impacto en nuestra sociedad del temido SIDA, las reivindicaciones comenzaron a enfocarse en mayor medida en los derechos individuales de sus integrantes, iniciándose también entonces una batalla por la consecución del matrimonio igualitario con la finalidad de disponer de los mismos derechos, obligaciones y efectos que las personas heterosexuales casadas, incluida la posibilidad de adoptar. Sin embargo, habría que esperar para ello más de 20 largos años, concretamente hasta el 3 de julio de 2005, fecha en que entraba en vigor la Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modificaba el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio, siendo España el tercer país del mundo en legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo tras Países Bajos y Bélgica, así como uno de los 39 que actualmente lo reconocen en sus legislaciones. La norma no estuvo exenta de polémica. El Partido Popular no solo rechazó el texto en el Senado, en el que disponía de mayoría, sino que formuló un recurso de inconstitucionalidad que fue desestimado el 6 de noviembre de 2012. También la Iglesia mostró su oposición al considerar la ley como un ataque a la institución del matrimonio propia del derecho canónico dónde se configura como la unión sagrada, sacramental e indisoluble de un hombre y una mujer para la generación y educación de la prole.

Aún fueron necesarios otros pasos posteriores, como la modificación de la Ley de Reproducción Asistida de noviembre de 2006 para permitir que la madre no biológica pudiera reconocer a los niños nacidos dentro del matrimonio entre mujeres, o la Ley de febrero de 2023 para la igualdad real y efectiva de las personas trans, permitiendo que pudieran decidir su género sin necesidad de informes médicos. Tras los 20 años de vigencia que ahora se cumplen nadie cuestiona ya la norma, encontrándose plenamente reconocida y fuertemente arraigada en nuestra sociedad disponiendo de los mismos derechos y efectos que el matrimonio entre personas de distinto sexo, también en materias tales como sucesiones, residencia, permisos laborales, fiscalidad, alimentos o divorcio. Como dice mi buen amigo sardo Giuliano y me recordaba recientemente mi compadre Kike, «matrimonio per tutti? meglio matrimonio per nessuno!», porque ya saben que el mal que viene de Almansa a todo el mundo alcanza. Ahora, y desde hace ya veinte años, tanto el matrimonio como la crianza y educación de los retoños, con lo bueno y lo malo que conlleva, es cosa de todos ¡Haberlo pensado antes!

Cierto es que han sido muchos y contundentes los pasos dados desde aquellos disturbios de Stonewall. Pero también que todavía es pronto para cantar victoria, pues lamentablemente la batalla parece no terminar nunca. Por desgracia, aún podemos observar a diario y a nuestro alrededor conductas irracionales de discriminación, violencia y odio exacerbado hacia integrantes de este colectivo sobre la exclusiva base de su orientación sexual o identidad de género, algo carente de toda lógica y justificación. También, cómo en multitud de países continúan persiguiéndose penalmente estas relaciones o que incluso en países de nuestro entorno se legisla suprimiendo sus derechos, erosionando de paso los pilares elementales de libertad y democracia. Como ejemplo Hungría. Ya decía Elton John de forma acertada aquello de que «ser gay no es una elección, pero amar y respetar a las personas sí lo es». Y es que si una de las finalidades esenciales del matrimonio, de cualquiera de ellos, es la generación y educación de la prole, hagámoslo en valores que contribuyan a que nuestra sociedad comprenda definitivamente que, como cantara Judy Garlan en El Mago de Oz, todos tenemos cabida en un mundo mejor Over the Rainbow.