Otra vez el cono sur latinoamericano vuelve a ser escenario de convulsiones políticas aunque, por fortuna, se mantiene una cierta línea de continuidad democrática sin graves alteraciones del orden, aún entendiendo ambos conceptos "democracia y orden" muy a la manera sudamericana. Paraguay, Argentina y Brasil son, esta vez, los protagonistas del desenlace de una turbia historia que comenzó con el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, lo que supuso la detención del general golpista Lino Oviedo a quien el presidente paraguayo Jorge Cubas dejó en libertad.

El desenlace de esta historia ha sido casi inesperado: poco antes de ser formal y constitucionalmente destituido, Cubas dimitió y voló a Brasil donde solicitó y obtuvo asilo político, lo mismo que el general Oviedo, que se refugió en Argentina confiando en el amparo basado en su amistad personal con el presidente Menem y algunos de sus más íntimos colaboradores que también lo fueron del golpista. A pesar de todo, Oviedo tuvo serias dificultades porque no era ni bien ni mal recibido en Argentina y tuvo que efectuar un peregrinaje de aeropuerto en aeropuerto hasta que fue autorizado a aterrizar, pero detenido.

El propio Menem, que estaba en Italia, tuvo que ordenar su amparo mientras el nuevo presidente paraguayo, Luis González Macchi, perteneciente a la línea moderada del movimiento de Reconciliación Colorada, que lideraba el vicepresidente asesinado por orden de Oviedo, tomaba posesión de su cargo asegurando que se ha acabado la violencia y el terror y que habrá justicia, pero no venganza. Falta por ver si esta expresión significa que no insistirá en solicitar la extradición del golpista. Ojalá que así sea. De momento, el júbilo por el cambio ha sido impresionante en las calles. Esperemos que no pase a mayores.