Vivimos tiempos de generalizada desconfianza en las instituciones internacionales. Sean éstas políticas, militares o económicas, lo cierto es que entre los ciudadanos del mundo cunde la idea de que cualquier organismo supranacional no es en principio de fiar. Algunos quieren ver en ello causa y a la vez efecto de unos nacionalismos emergentes cuyas consecuencias inmediatas tan sólo hemos empezado a advertir. Sea como fuere, e independientemente de los aciertos o desaciertos que hayan podido tener en su ejecutoria dichos organismos, lo que sí parece claro es que no han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias creadas por un mundo que ha cambiado a extraordinaria velocidad. El orden nuevo que surge tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y que respalda el nacimiento de la mayoría de esos organismos, es hoy distinto al que requiere este fin de siglo. Y ahí puede residir la cuestión. Tal vez es en lo económico, siempre íntimamente vinculado a lo político, en donde más fácilmente se observa esa especie de arritmia. Fijémonos, por ejemplo, en ese Fondo Monetario Internacional (FMI) hoy pendiente de reforma. Está claro que el escenario mundial no se parece hoy casi en nada a aquél para el que se creó el FMI hace ahora cincuenta años. Nos estamos refiriendo al FMI porque es un organismo que se resiente ahora de un evidente clima de hostilidad, obviamente relacionado con la impotencia que ha puesto de relieve a la hora de parar, o paliar, las recientes crisis económicas. Naturalmente que no se puede culpar al FMI de las crisis de Corea, Indonesia o Rusia. Pero sí se podría exigir que los programas de ajuste que elaboró para estos países hubieran dado algún resultado positivo. Lo más lamentble del asunto es que esa desconfianza nacida al hilo del acontecer internacional fomenta el desinterés, la falta de apoyo económico y político a esos organismos, con el FMI en uno de los lugares de cabeza. Nadie parece querer apostar hoy verdaderamente en serio por unas instituciones y organismos que a la vez se ven hipotecados por esa falta de apoyo. Ése es el panorama, por mucho que nos duela reconocerlo.