Es difícil de creer, incluso para nosotros, los aborígenes, que en la isla de Eivissa tengamos tantos problemas endémicos sin resolver, y los hay que están necesitando medio siglo para que se solucionen. Me refiero ahora al Castell, que el Ejército cedió in illo tempore al Ayuntamiento y ya ven cómo está el proyecto de Parador de Turismo. Nadie parece saber con certeza cuándo lo van a inaugurar. Wait and see! Bien cerca de Dalt Vila tenemos sa Penya, el antiguo barrio de pescadores y gentes de la mar, abandonado hace demasiados años a su suerte por las autoridades municipales y convertido hoy en un centro receptor de objetos robados y de venta al por mayor de drogas. Un poco más al norte geográfico nos encontramos con la Bomba, en donde, si alguna autoridad no lo remedia, se convertirá en un privilegiado foco de contaminación acústica. Y allí mismo tenemos el puerto, que está mejorando gracias a la Autoridad Portuaria de Balears. Sin embargo, el gran problema que sufre el puerto y su paseo marítimo, que linda con la Marina, son las pestilencias que todo el año llegan, según el viento o la brisa reinante, de la estación depuradora de aguas residuales situada en las cercanías de la Avda. 8 d’Agost. Mientras tanto, los terrenos de sa Coma, en donde se ha construir la nueva depuradora de aguas residuales del municipio de Eivissa, se mueren de risa… o de asco.

Y sucede, además, que Eivissa se ha convertido en un laboratorio de pruebas de nuevas drogas de síntesis (La Vanguardia, 24 junio 2014), un fenómeno que crece cada año a pesar de la lucha de las autoridades para detenerlo. Según dicho rotativo, nuestra isla es un lugar de experimentación y señala que en 2013 se decomisaron una tonelada de drogas y 15.000 alijos con 14 tipos distintos de estupefacientes, entre los que destacan la cocaína y PMMA, considerada la más peligrosa de las drogas. Según parece, una de las sustancias más utilizadas es la MDMA, el ‘éxtasis’, que actúa como estimulante y psicodélico, produciendo un efecto vigorizante. Sin embargo, alguien debería advertir a los consumidores de dicha droga, que puede afectar el cerebro al alterar la actividad de los neurotransmisores.

Las drogas que, por descontado van cogidas de la mano con la contaminación acústica, están siendo consumidas por miles de visitantes durante la temporada estival en centros de ocio, beach clubs, party boats o en fiestas privadas. Entiendo que los Cuerpos de Seguridad del Estado tienen muy difícil erradicar el tráfico y venta de drogas, pero algo debe hacerse para acabar con la lacra a que nos tienen sometidos algunos de aquí y muchos venidos de fuera.

Comprendo que no hay más cera que la que arde, pero las autoridades municipales tienen la obligación de hacer cumplir las ordenanzas que regulan el sector del ocio, como son horarios, aforos y los volúmenes de la música. ¿A qué se debe tanta tolerancia y permisividad?

Así que le pido a Vicente Serra, president del Consell Insular de Eivissa, que informe a Soledad Becerril, Defensora del Pueblo, sobre la conflictividad que azota nuestra isla, ya que, a la mejor, visto desde otro ángulo, se conseguiría más implicación del Ministerio del Interior.