Son días de tormentas, jornadas en las que el bochorno sofocante de las últimas semanas coletea entre rayos y truenos escenificando el cierre de una isla que se despide extenuada ante su público. El auditorio rebosante cruje ante los aplausos de quienes saben que la función debe terminar, precisamente para poder anhelar volver a sentarse en sus butacas cargados de pasión y de ganas de vivir una obra que no por estar teatralizada pierde año tras año realismo.

Ibiza comienza con los opening de las discotecas y termina con sus closing. El marketing nos lleva a decirlo en inglés y la anhelada "desestacionalización", una palabra inventada en las islas y que no acepta la RAE, no es sino la telonera que no logra la atención que ambiciona. Políticos, hoteleros, empresarios, aéreas o periodistas damos vueltas sobre las causas por las que de noviembre a abril no se venden "entradas" para el circo de la isla blanca.

Siempre hay culpables. Es más fácil que otros sean los responsables y esgrimir que sin oferta de ocio no se pueden fletar aviones. Mientras, los establecimientos arguyen que sin frecuencias de vuelos no pueden abrir y los que entretienen explican que no tienen a quien embelesar. Las administraciones contraatacan afirmando que sus estrategias de promoción están encauzadas a abrir mercados en invierno, mientras que la realidad es que lo que sigue atrayendo a quienes eligen las Pitiusas para gastarse los cuartos no son sino sus playas, sus 30 grados y su ocio. En invierno, sin ninguno de esos ingredientes, o buscamos un producto nuevo que vender o nos seguiremos comiendo las butacas vacías en una función baldía. Les adelanto que en este artículo no voy a desvelar cuál puede ser la nueva gallina de los huevos de oro.

Luego están los que reconocen que no les interesa trabajar doce meses. Los que están tan cansados de una temporada en la que se dejan la salud y el alma doce horas al día, de lunes a domingos, y que este año ha sido más prolija que en ejercicios anteriores. Aquellos que lo que único que quieren, sinceramente, es bajar el ritmo, viajar, descansar y disfrutar de la vida, que son dos días.

La inauguración de la temporada la marcan las discotecas a quienes se les suman de la mano restaurantes, beach club y toda la oferta complementaria que se sube al carro de hacer el agosto durante tres o cuatro meses, seis en el mejor de los casos.

El cierre del verano no lo marca una fecha sino las fiestas de despedida que deslumbran desde los carteles que nos sonríen al otro lado de las vallas publicitarias. Renegar de ellas es obviar las reglas del juego. Todos al final vivimos de un modo u otro del turismo. Todos comemos de lo que esos señores escogen gastarse en las vacaciones con las que sueñan el resto del año. En el fondo los que no viven aquí anhelan pasar una o dos semanas en el Paraíso, mientras que los que residimos en este oasis estamos locos por huir pronto de esta vorágine de ovaciones a la que nunca terminaremos de acostumbrarnos.

Al final los actores siempre deben tener un poco de miedo escénico como muestra de respeto a su profesión. Salgamos a escena, esto termina ya.