Este domingo, 16 de noviembre, penúltimo domingo del Año litúrgico, se celebra en toda España el Día de la Iglesia Diocesana, una jornada para revivir nuestra alegría y nuestro compromiso de ser miembros de la misma. En efecto, como nos enseña el Concilio Vaticano II la diócesis es «una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica» (CD, 11). En cada diócesis, pues, se concreta nuestra pertenencia a la Iglesia, a la que hemos entrado por el Bautismo, se fortalece esa pertenencia con la Confirmación, se alimenta con la Eucaristía, se remedian los fallos con la Penitencia.

Pertenecer a la Iglesia es la respuesta nuestra a la llamada de Dios, que nos creó con su Palabra por amor, que nos mantiene en el camino con su Palabra que nos indica la forma de ser y estar en el mundo, fomenta nuestra esperanza y nos llama a vivir en el amor, en la caridad. Acogiendo lo que es la Iglesia, en nuestras Islas de Ibiza y Formentera, la Diócesis, con la acción de las Parroquias, de los Instituíos de Vida Consagrada aquí presentes, de los Movimientos Apostólicos, etc. anuncia y transmite la fe, arraiga la esperanza y practica la Caridad.

El Día de la Iglesia diocesana nos tiene que ayudar a renovar nuestra conciencia de que pertenecemos a la Iglesia, y esa pertenencia a la Iglesia se vive en esta Diócesis, en nuestra parroquia concreta, viviendo con otros cristianos, a los que vemos como hermanos y amigos, siendo animados a ello por el Obispo que preside en la fe y en la caridad, con la ayuda y colaboración de los presbíteros.

Es hermoso ver el camino que hace una Iglesia diocesana. Es ideal ver las actividades catequéticas que, dirigidas a personas de diferentes edades y circunstancias, tratan de promover y fortalecer la fe en Dios; es hermoso ver las celebraciones litúrgicas que ajustadas a cada momento (misa dominical y cotidiana, celebraciones de los sacramentos, funerales, ejercicios de oración…); es hermoso ver el ejercicio de la caridad que, comunitariamente se promueve y lleva a término desde la Diócesis y desde las parroquias con la colaboración de tantas personas. Ciertamente nuestra sociedad, la vida en nuestras Islas es favorecida y va adelante por la acción de la Iglesia, de todos y cada uno de los miembros de la Iglesia.

En la Iglesia somos todos necesarios. No es que sea significativo el número de miembros de una Iglesia, pues Jesús nos dice en el Evangelio que «donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Cf. Mt 18,20), pero para cada uno el ser y estar en la Iglesia, por utilizar la expresión de San Agustín, sí que es importante. Es ser y estar como Dios, que nos ha creado, tiene pensado para nuestro bien. Ser, así, hombres y mujeres que viven de acuerdo con los principios del Evangelio, que se gozan en su mensaje y lo anuncian por todos los medios a su alcance, llevando así una vida ejemplar. Pertenecer a la Iglesia supone identificarse con su esencia y sus fines, participar en su culto, comprometerse en su sostenimiento e involucrarse en su labor de testimonio en el seno de la sociedad.

Esta Jornada nos ha de recordar que hemos de ser y estar en la iglesia. Sí, pero ¿cómo? No como meros espectadores, aportando a su crecimiento poco o nada; no como censuradores implacables; no como derrotistas amargados ni como fieles pasivos. Ser y estar sí como eficaces colaboradores, con un espíritu pacificador, constructivo, de acuerdo con la exhortación de Pablo: «Todo lo que hagáis, sea de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por él» (Col. 3:17). Hacer algo en el nombre de Cristo equivale a hacerlo como él lo haría, con la misma humildad, con el mismo amor, con el mismo celo por la gloria de Dios, con la misma entrega a la Iglesia que él tanto amó.

Celebremos, pues, esta Jornada de la Iglesia Diocesana afirmando y fortaleciendo nuestra fe, una fe que se expresa después en nuestras obras, unidos a todos los demás cristianos: obispo, sacerdotes, religiosos y religiosas y fieles, jóvenes y ancianos. Celebremos esta Jornada superando la soledad y promoviendo la comunidad, porque somos todos abrazados y cuidados por el mismo y único Dios, del que somos hijos y, por tanto, hermanos entre nosotros.

Celebremos esta Jornada renovando nuestros compromisos con la Diócesis, con nuestra parroquia, donde tanto hemos recibido y donde tanto hemos de aportar: hemos recibido amor, misericordia, comprensión, ayuda, alegría, y eso hemos de aportarlo para que lo le falte a nadie, para que todos disfruten de esos bienes que hemos recibido. Ese compromiso se ha de concretar también con nuestras aportaciones, de modo que las cualidades y los bienes, materiales y espirítales que cada uno hemos recibido y tenemos, sirvan para los demás. Celebremos esta Jornada, pues, con gran alegría y compromisos concretos: la alegría de ser de la Iglesia, el compromiso de fortalecer para el amor la obra de la Iglesia. ¡Que no le falte a nuestra diócesis ni a nuestra parroquia nada de lo que cada uno puede aportar!