Lo bueno de cumplir años es que pierdes el miedo a hacer el ridículo cuando descubres que secretos que pensabas que te hacían pequeño te llevan hoy a sentirte más grande, o más tú, lo que llevado al extremo de la autenticidad se traduce en ser, al menos, diferente al resto del mundo globalizado. Por ello les contaré que una servidora ha sido y es, desde su más tierna infancia, fan de Marisol. (Todo esto, aunque no se lo crean, tiene que ver con el pequeño Nicolás).

No solo me sé diálogos de memoria de sus películas, con una digna imitación incluso, sino que puedo cantar sin problema la mayoría de sus temas. El día en el que se televisa alguna película suya mi Whatsapp echa humo con mensajes de amigos muertos de la risa que afirman no haber podido evitar pensar en mí y me envían, incluso, montajes en los que insertan mi cara en su cuerpo.

Lo malo de cumplir años es que te crees esos cuentos chinos sobre lo que es y lo que no es posible. La gente seria, racional, sensata y supuestamente sabia, te enseña que no puedes ver elefantes engullidos por boas constrictor en el dibujo de un sombrero. Te hacen creer que, por mucho que quieras vivir en un musical, jamás sonará una melodía cuando empieces a cantar en una situación cotidiana. Se equivocan, yo conozco a gente capaz de regalarte una banda de rock para que entones con ellos “La chica de ayer”, y a niños que ven zoológicos completos en una tarde de nubes.

Lo bueno de los años es que aprendes a llorar de emoción sin esconder tus lágrimas, porque la coraza de carbón que te pusiste cuando todavía no sabías ni quien eras, se ha convertido en un diamante puro, brillante y seguro.

Yo jamás pude imaginar ver en un informativo las historias del pequeño Nicolás, más propias de las antinoticias sarcásticas de “El Mundo Today”, para, acto seguido, escuchar a una cantante llamada Rebeca despeluchando su único “éxito” para vendernos ruedas vestida al más puro estilo “busco a Jack”. Jamás creí que existiría un “reality” que mostrase a la gente como la trajo al mundo, bueno, ni realmente que nadie participase en ningún programa de televisión para dejar al descubierto sus vergüenzas de todo tipo y sus desvergüenzas intelectuales. Esta reflexión me lleva a plantearme que, visto lo visto, todo puede ocurrir.

Tal vez cuando entre en mi oficina entonando “Tómbola” no aparezca un grupo de bailarines y de músicos para acompañarme, pero si un chico de 20 años puede codearse con presidentes del gobierno, alcaldes, alcaldesas, responsables de partido, empresarios, llevar escolta, alquilar limusinas y chalets, afirmar que es del CNI y encima vender por 150.000 euros la exclusiva a un periódico para relatar tal sarta de memeces, sea viable algo tan sencillo como mi sueño infantil, ¿no creen?

En este país de pandereta lo que siempre parece que suena es la flauta para los impresentables y los listillos. El pequeño Nicolás dice que Santiago Segura, incluso, lo ha llamado porque quiere hacer una película sobre su vida. Desconozco si se llamará “Tu cara me suena”, pero temo que dentro de poco, sabiendo que “El Lazarillo de Tormes” es una obra anónima, se atribuya el mérito de reclamar su personaje protagonista. Al fin y al cabo es un truhán con o sin tilde.

En fin, hoy, en unos de esos días en los que creo que todo puede ocurrir, confío en que los maravillosos propietarios de los bares y restaurantes que frecuento me guarden varios décimos de lotería para cuando acuda a tomarme un café o un vino, pagar 21 euros, llorar como una descosida de emoción y poder costearme un viaje a Málaga para conocer a mi ídolo de la infancia.