Por la red circula un vídeo magnífico. Se trata de una entrevista de TV que le hace un periodista argentino a otra periodista, también argentina, a propósito de una portada de una revista en la que aparece el papa Francisco, con los labios pintados y unos pendientes, y con un gran titular que dice «Putazo». El periodista televisivo le pregunta a su colega el motivo de esta portada. Y la responsable (o irresponsable) intenta explicar que es un sarcasmo, que en ningún caso intentan ofender a nadie. El periodista llama a su colega «mal nacida», pero añade: «se lo digo con todo el humor del mundo». La colega empieza a quitarse el pinganillo porque se siente violenta. El periodista del canal de televisión insiste. «No se lo tome mal. Usted es una mal nacida. Se lo digo con humor, no se moleste». Al final, la responsable de la revista desaparece de la pantalla, muy molesta, indignada y ofendida. El episodio demuestra muchas cosas. En primer lugar, que muchos de los que trabajan en esta profesión tan digna y necesaria no aguantan ni el uno por ciento de las cosas que en ocasiones podemos escribir de otras personas. No es lo mismo dar que recibir. No es lo mismo criticar que ser criticado. Por el derecho a informar se cuentan verdades a medias o mentiras de forma consciente. En segundo lugar, el episodio demuestra que se puede hacer crítica de todo, de todos, pero hasta cierto punto. Llamar «putazo» al papa Francisco es, simplemente, una ofensa innecesaria que, además, no hace ni puñetera gracia. Supongo que la directora de esta pseudo revista se debía sentir una «charlie» con licencia para ofender, pero al final lo único que demostró es que ella se siente intocable, que nadie la puede criticar pese a su portada vergonzosa. No es lo mismo, desde luego.