Ver la inmigración como un problema es síntoma de no saber leer la sociedad en que vivimos. En un mundo global, la circulación de personas deviene un fenómeno natural. La contemporaneidad trae consigo la mezcla, el mestizaje cultural y eso se traduce en un enriquecimiento. Pero esa oportunidad, esa riqueza, tiene un reverso, o una condición previa si lo prefieren: la integración; no solo del que llega al lugar donde se instala, también del que ya está y debe asumir costumbres ajenas.

Para que el fenómeno migratorio no genere disfunciones, es preciso que se den conductas individuales de tolerancia, pero también actitudes colectiva abiertas, despojadas de prejuicios más propios del medievo; pero sobre todo es necesario que las instituciones asuman su papel de garante de una sociedad armónica.

Varios colegios de Eivissa superan unos porcentajes de más del 80 por ciento de alumnado de origen extranjero. Esas cifras pueden sorprender o no, pero jamás alarmar a nadie. El futuro será multiétnico o no será. Lo que sí sería alarmante es que los responsables de las políticas de educación no viesen que esas estadísticas llevan apareado un necesario esfuerzo para que esos críos tengan las herramientas necesarias y no fracasar en un sistema que no está pensado para ellos: para sus hábitos, sus idiomas, incluso su manera de vivir y relacionarse.

Cuanto antes aceptemos que esta situación no tiene marcha atrás y que el mapa sociológico de Eivissa, Formentera, las Illes Balears y el conjunto del Estado va a ser cada día más heterogéneo antes pondremos las bases para una convivencia sin traumas.