Buenas, soy Alberto Pons, el presidente de la Autoridad Portuaria

— ¿Quién?

— Alberto Pons, de Autoridad Portuaria.

— Ah, sí… A ver, ¿qué le pasa?

— Verán: vengo a proponerles un trato sumamente ventajoso para Ibiza, un regalo, ¡un chollo!

— Ya, bueno, ya veremos.

— Oigan, ¿de verdad que esto es el Ayuntamiento de Ibiza?

— ¿Es que no ve la estatua de Montgrí?... Vamos, vaya al grano.

— Tengo un proyecto para su puerto. Y no les va a costar ni un duro.

— ¿Qué puerto?

— El que tienen en Vila.

— No tenemos constancia de ningún puerto.

— Tienen uno bastante grande.

— Ah. Bueno, pues mejor para nosotros.

— A ver, que me están mareando… La cuestión es que, en la Autoridad Portuaria, tenemos algunos dineritos que nos sobran y nos gustaría invertirlos en su puerto. Le estoy hablando de millones.

— ¿Millones? Aquí nos sobran, los millones... ¡Hala i vés a presumir a una altra banda, mallorquí estufat!

— ¿Cómo dice?

— Que aquí, los millones, nos salen por las orejas, ¡vamos por altas!... Mire, porque no nos da la gana, pero si quisiéramos, vamos y le cambiamos quince emisarios en un pispás....

— Yo, en el emisario, no me meto.

— Y muy bien que hace: ¡iba a quedar hasta el cuello de mierda!

— Bueno, ¡ya basta! Que ya no sé si estoy en Alcúdia o en Formentera… El tema está en que les vamos a reformar el puerto sí o sí. Denme les gracias.

— ¿Y esto qué nos va a costar?

— Pero, hombre, ¡esto lo paga todo el Estado!

— ¿Qué estado?, ¿el Estado en mayúscula?

— ¡Ese!

— Pues ya era hora, casi ni nos acordábamos de ustedes.

— Ya, bueno…; ha sido un poco por la crisis.

— No me’n parlis, de sa crisi…

— ¿Cómo dice?

— ¡Que ya no nos caben más crisis, en este ayuntamiento!

— Déjenme terminar. La cuestión es que, para que nuestro proyecto sea viable, tenemos que habilitar en su puerto un par de amarres para los megayates de los megaricos, una cosilla de nada, con un edificio chiquitito en es Martell, que ofrezca algunos servicios a nuestro amados clientes... Supongo que no les importará…

— Uy, pues no lo vemos muy megaclaro...

— Piense usted en los megaingresos…

— Ya le he dicho que los ingresos nos la refanfinflan.

— Se trataría de un edificio muy pequeñito, casi como una casita de duendes…

— Ni hablar del peluquín: ¡o es Martell nos lo dejas llano como es Pla de Vila o no hay trato!

— Pero los megaricos…

— Los megaricos que se compren un tortell en Los Andenes, como todo el mundo.

— Pero es que se trata de megaricos de verdad…

— Pues que se compren un tortell más grande.

— Pero, tienen que entenderme: a los ricachones les gusta estar bien atendidos... Además, de alguna forma tenemos que compensar nuestra inversión…

— Pero, ¿no decía usted que esto era un regalo, un chollo?

— ¡Basta ya, por Neptuno! ¡Soy el presidente de la Autoridad Portuaria!

— ¡Y nosotros somos de Vila y somos la capital de España!... Porque no nos da la gana, pero, si quisiéramos, mañana aparece Vara de Rey reformado enterito...

— ¡Por San Rajoy! ¡No pueden hacerme esto!

— ¡Uy que no! Pues, mira: ¡vamos… y lo hacemos!

— Ah, ¿sí?... Pues, hala, les dejo el edificio viejo des Martell allí en medio. ¡Toma ya!

— Pues me da igual, pues yo te dejo allí en medio el monumento a los corsarios. ¡Chúpate esa!

— Pero, ¿es que lo iban a tirar?

— No. Pero mira, igual nos lo pensamos y te lo echamos encima de tu edificio.

— ¿Pues sabéis que os digo?: ¡que ya no soy amigo vuestro!

— Ah, ¿no? ¡Pues nosotros tampoco te hacemos amigo!

— ¡Pues hala!

— ¡Pues adiós!