Que quede claro que nunca he pretendido que la rua de Vila compita con las de Santa Cruz de Tenerife, Sitges ni por supuesto con la de Río de Janeiro. Es más, vayan por delante mis felicitaciones a los organizadores y participantes por haber conseguido que sea uno de los eventos más importantes del año, capaz de congregar a miles de personas por las calles fuera de la temporada estival.

Simplemente aprovecho estas líneas para hacer un llamamiento para que algún buen samaritano o entendido en la materia me explique si lo que discurre por las calles de la ciudad es un concurso de disfraces o uno de baile y coreografías. Desde hace tiempo tengo una extraña sensación de indefinición cuando asisto como periodista a presenciar el desfile de Eivissa, y ya van unos cuantos años. Es más, siendo sincero, reconozco que no se muy bien que es lo que tengo que valorar para hacer la crónica, si la originalidad y el humor de las distintas comparsas o la demostración de poder de las academias de baile, compitiendo entre ellas, no por el premio final sino por demostrar al público quien es la que más participantes tiene y quien presenta la carroza más grande. Entiendo que es difícil establecer un límite, una delgada línea roja, y por ello, me parece muy buena iniciativa que los ayuntamientos establezcan categorías específicas para estas academias que, siendo claros, juegan con enorme ventaja con respecto a los colegios, las asociaciones de vecinos o los grupos de amigos que ven el Carnaval como otra cosa. Así que mientras alguien se anima a explicármelo yo que siempre he sido de cosas sencillas no tengo reparos en declarar que me quedo con la originalidad y el sentido del humor del grupo de taxis pirata o de los amigos que animaban a ir al gimnasio.