La decisión del jurado de los premios Ramon Llull de otorgarle uno de estos galardones a las asociaciones contra el cáncer de Eivissa en plena polémica por el retraso en puesta en marcha del servicio de radioterapia en el Hospital Can Misses es una auténtica metedura de pata. Si el Govern pensaba que con esta decisión el disgusto y enfado de este colectivo, y el de prácticamente toda la sociedad pitiusa, iba a menguar se ha equivocado de manera mayúscula.

Los enfermos de cáncer de las Pitiüses y sus familiares, que son los que tiran del carro en estas asociaciones, lo único que piden es que los ibicencos y formenterenses puedan tratarse de su enfermedad los más cerca de su casa posible. Y llevan demasiados años reclamándolo. Por eso no debería extrañar a nadie que ahora hayan decidido rechazar el Ramon Llull y no viajen a Palma para recoger el premio.

Ni Lluís Cros, ni Helen Watson, ni Lali Costa, ni Carmen Tur necesitan este tipo de distinciones para sentirse respaldados en su lucha por conseguir que los enfermos de cáncer pitiusos tengan las mismas condiciones –ni más, ni menos– que los enfermos de cáncer de Mallorca. No son personas a las que se les pueda ‘comprar’ con un premio. Su orgullo y compromiso con la sociedad pitiusa les impide aceptar un galardón de manos de quien se comprometió a que la radioterapia sería una realidad en Eivissa en diciembre de 2014 y que todavía no ha conseguido ni licitar el servicio. Son coherentes, nada más.