Hace unos meses, en unos de los primeros artículos de opinión que escribí para este periódico, proclamé mi ‘balearidad’, aun siendo consciente de que ser una rara avis. Tras ocho meses viviendo en Eivissa, ya no estoy tan convencido de mi pertenencia a un territorio llamado Balears y, por supuesto, estoy convencido de que si ese ente existe es por pura pereza de los que habitan en él; la desidia de no rebelarse contra lo que resulta antinatura para una inmensa mayoría.

No he encontrado a nadie en la isla que se sienta balear, y ahora que lo pienso tampoco lo recuerdo en Mallorca, solo que aquí - y en Menorca - se expresa con más ahínco. Lo explicaba bien Vicent Tur en su artículo del domingo, en este mismo rotativo. Más allá de unas instituciones, que como tales son mero artificio, las Illes Balears no existen. Certificada la defunción, demos un paso más y planteémonos qué hacer, hacia dónde caminar.

La desafección suele ser paralela a la frustración y casi siempre el paso previo a una mirada hacia el futuro que no se conforma con el status quo. ¿Una Eivissa fuera de Balears? ¿Un ente político independiente de Palma, pero dentro del Estado español? ¿Una confederación de islas? A algunos las preguntas les pueden parecer absurdas, pero si no buscamos respuestas convertimos la incomodidad actual en una simple conversación de bar, en una reflexión yerma. Si no se articula una alternativa, entorno a partidos políticos, movimientos ciudadanos etc... nos quedamos donde estamos, y el año que viene, cuando llegue el 1 de marzo volveremos a pensar qué demonios es eso del Día de Balears y qué narices celebramos.