Pues miren cómo son las cosas que Platja d’en Bossa es un modelo que quiere exportarse a Magalluf, Mallorca. Decir esto hace unos años hubiese significado recibir muchas críticas, pero ahora mismo es una realidad. Platja d’en Bossa ha sabido reinventarse, atraer a un cliente de calidad, y evitar espectáculos tan bochornosos como los que se viven en Magalluf, donde unas jóvenes son capaces de hacer felaciones en serie a los clientes de un pub para tomar gratis un par de copas. Platja d’en Bossa no es un lugar perfecto, pero su modelo es exportable. Platja d’en Bossa, gracias al empuje empresarial y a la visión de futuro, es hoy por hoy un destino caro. Sí, caro. Hay que pagar (y bastante) por entrar a los locales de moda y luego abonar las copas. En Magalluf, y en Mallorca en general, los que pagan por entrar en una discoteca son una minoría. En Platja d’en Bossa hay turismo de calidad y posiblemente aún mejorarían las cosas si se realizase el proyecto previsto en el que, hoy por hoy, es un solar sin ningún tipo de valor medioambiental. Si hasta los comerciantes de Sant Jordi han pedido un puente para poder acceder más fácilmente hasta Platja d’en Bossa, que es donde se mueve el dinero. Sin ganas de ofender a nadie y sin conocer todos los detalles, es una auténtica aberración que no hayan comenzado las obras del plan de Platja d’en Bossa y me basta con usar un argumento de mucho peso: se crearían miles de empleos y el mercado laboral de Eivissa tampoco va tan sobrado para despreciarlos. Podemos discutir 20 años más sobre modelos turísticos y sostenibles (de hecho llevamos más de 20 años haciéndolo) pero mientras discutimos hacen falta empresarios que, con su propio dinero, hagan inversiones para seguir creciendo, mejorando y atrayendo turistas. Y Platja d’en Bossa ha sido un buen experimento.