Si hay algo que me maravilla en este mundo es la gente buena. Ser malo es muy fácil. Dejarnos llevar por la arrogancia, por la prepotencia, la rabia, la frustración o la envidia es tan sencillo como permitir que el agua nos arrastre corriente abajo en el lago que cruza este valle de lágrimas. En cambio aquellos que dan brazadas a contracorriente, capaces de sonreír cuando se arañan los brazos, pararse a ayudar a los seres más insignificantes para el resto del mundo y agradecer incluso la lluvia porque afirman que les demuestra que están vivos, merecen mi más profunda admiración y respeto.

Tenemos en esta isla mucha gente generosa y noble. Puede que esta afluencia de hijos dadivosos, impropia de nuestra piel de toro cainita e individualista salvo para la crítica mordaz, se deba a que vivimos en un paraíso lleno de razones para ser feliz. Algo que, irremediablemente, potencia el deseo de contagiar ese estado de ánimo.

Pensadlo bien: ¿podríais contabilizar el número de OGNs que cohabitan en las Pitiusas? Asociaciones contra el cáncer, entidades que apoyan a las familias con necesidades especiales, que ayudan a los animales o que velan porque nada mancille nuestro entorno, se dan la mano con otras más tradicionales, como Cruz Roja o Cáritas, que cada día permiten que muchas personas necesitadas cuenten con los recursos que precisan.

La fuerza rutilante de Alba de Can Pau consiguiendo imposibles por los niños de Apneef y sacando los colores a quienes fingen no escuchar que existen, se funde con la sonrisa humilde de Patrizia de P Art Ibiza que en silencio, y sin hacer ruido pero sí subastas, se coge de su mano afirmando que esos niños nos necesitan y que se lo merecen todo. Y yo las escucho y me siento pequeña y egoísta, y me contagio de su energía firme para intentar ayudarlas en esta gesta con la única cosa que sé hacer, con mayor o menor gracia, que es escribir. Por cierto, el próximo 19 de septiembre repetimos la puja de arte benéfica que el año pasado cosechó casi 40.000 euros y para la que aprovecho esta tribuna desde la que pedirles su ayuda y apoyo.

Me emociono con Alberto y Carmen de Aguas de Ibiza, quienes se han convertido en la única empresa familiar en financiar becas para apadrinar proyectos de investigación contra el cáncer. Y los miro, me conmuevo, y me siento orgullosa como si fuesen mis padres, porque el otro día dije en voz alta que en España no había filántropos como en Estados Unidos y que aquí no teníamos esa cultura de invertir en los demás nuestros bienes y esfuerzos. Es lo que tiene ser una bocazas, que cada vez que hablas la vida te responde.

Esta tarde me he estado riendo con Helen Watson, de Ibiza y Formentera Contra el Cáncer, porque algunas veces, cuando pasan cosas como las que están ocurriendo en nuestras islas con galardones que no tocan y que recoge quien no debe, no nos queda otra opción que vestirnos con un traje hecho de sentido de humor y corte inglés. Helen, entre té y te cuento, me ha vuelto a "engañar" para meterme en un embolado y autoimponerme escribir este fin de semana un monólogo destinado a que el gran actor Pepe Ruiz escenifique en Ibiza y convenza a toda la población de riesgo para que se someta a la prueba de cribado de heces en el mes del Cáncer de Colon. Ya lo ven, no es que el nombre tenga mucho glamour, pero Pepe, que es mucho más que Avelino de matrimoniadas, le dará tanta fuerza a su personaje que estoy segura de que le va a salir caro a la Seguridad Social haber incluido este test en su cartera de servicios. Pepe, otra de esas personas buenas, vibrantes y llenas de saber a las que admiro con fuerza.

No sé cómo terminar estas letras y mientras cotilleo lo que pasa en el patio de mi casa en Facebook leo a Jordi de Alianza Mar Blava lanzando mensajes positivos a su mujer Martina. Ellos y Judith son otros de esos locos que entregan su tiempo, ideas y energía en luchar por proteger nuestra isla e impedir que unas prospecciones petrolíferas que no queremos acaben con el karma tan maravilloso que da sentido a este artículo.

Mientras, en Can Dog dan las buenas noches a las mascotas que algunos seres poco humanos decidieron abandonar. Allí crucé mi primera mirada con RAE, mi perra "filóloga", y sentí como mi vida se enriquecía y cambiaba. Sacarla a la calle los días de sofá y manta es mi pequeño mantra de munificencia. No los enumero a todos, pero sé que no se enfadarán. Es lo que tienen las personas buenas de verdad, que no necesitan que nadie les alabe ni les dé una palmadita porque los frutos de sus gestos les alimentan el alma mucho mejor de lo que lo haría el ego.

En Ibiza la vida no es un valle de lágrimas sino de sonrisas, un rictus que es por cierto tremendamente contagioso. Voy a juntarme mucho con mis particulares filántropos a ver si también se me pega un poco.