Hay un dicho nepalí, budista y casi ya universal que dice «si tu sonries el mundo entero sonrie». Yo soy uno de esos que, sin ánimo de «tirarme el folio» (presumir como decimos los madrileños), intento aplicar esta frase a mi día a día aunque confieso que como todo el mundo en esta vida también paso por momentos de «pitufo gruñón», como los ha dado por llamar cariñosamente mi compañera Luciana.

Aún así, y creo que siendo una persona razonablemente positiva, en estos dos últimos días varias personas con las que me he encontrado me han hecho afianzarme en la idea de que la risa es la mejor medicina contra el mal rollo y que todo está interrelacionado. Primero ayer, cuando volví a hablar con Pedro Cárceles y su compañera Mar Bosch, quienes con tanto acierto trabajan por acercar el mar a las personas con necesidades especiales con su programa Un mar de posibilidades. Después, hoy con David Novell y su compañero Momma, dos clowns de Eivissa quienes no dudaron en viajar hasta Cuba para llevar sus obras de teatro a los niños de regiones remotas de la Sierra Maestra, donde los pequeños crecen sin luz, sin televisión, sin teléfono móvil y sin internet, y aún así, son felices. Y por último, al hacer la entrevista a Emilio Duró, este hombre de Lleida de conversación tremendamente rápida que se ha convertido para muchos en el gurú del optimismo. Sinceramente no se si lo es. Para mí lo serían muchas otras personas anónimas que he tenido el placer de conocer y que me hacen el día más feliz simplemente con sonreir. Desconozco si serán de ese grupo de personas que dice Duró que rinden entre un 65 y un 100% más en las empresas pero lo que si se es que son sumamente felices y me ayudan a ser más feliz a mí. Por ello, a todos, gracias.