Hoy es uno de esos días que merecen ser celebrados por todos los seres del planeta y en el que espero que primen las hojas antes que los petálos. Sant Jordi no solo se asocia al Día del Libro por la UNESCO para conmemorar la marcha de dos grandes de la literatura europea, Cervantes y Shakespeare, sino que es también el patrón de países como Bulgaria, Etiopía, Georgia, Inglaterra o Portugal y de ciudades como Tombuctú, además de regiones más patrias como Cataluña y de nuestras Islas Baleares.

Les decía que espero que esta jornada maravillosa plagada de novelas, ensayos, biografías, cuentos y demás desarrollos narrativos, tenga más páginas que flores, porque a mí eso de regalar a los hombres una pedazo de obra, con su tapa dura y sus cerca de 30 euros de precio y sueños, y que a cambio me den una rosita sobretasada en 5 euros y carente de olor, no me convence en absoluto. Si la flor en cuestión viene adherida a una obra fragante con esencia a aventuras y a conocimientos la aceptaré encantada, pero esa estela machista que presume que el hombre se ilustra y la mujer le saca el lustre no va conmigo.
Etimológicamente hablando (me encanta empezar así las frases), la tradición de regalar esta delicada flor en Sant Jordi nos traslada a Capadocia, donde residía un dragón que atacaba este reino día sí, día también. Vamos, lo típico… Aquí tenemos exministros que también lo hacen y tiburones que nos sacan semanalmente las fauces.

Continúo con la historia; la leyenda afirma que sus habitantes, muertos de miedo, decidieron entregarle cada día dos corderos al dragón para satisfacer su hambre y que no atacase la villa. Seguramente eran lechazos de Aranda de Duero, para seguir en mi línea de mentar mi pueblo, ya que son los mejores del mundo. El problema surgió cuando estos empezaron a escasear y tuvo que enviarse a personas escogidas por sorteo y con todas las compensaciones y riquezas propias de tal sacrificio. Un día le tocó a la princesa del pueblo ser alimento de aquel escupe humo y claro, pasó por allí, de camino hasta la cueva del dragón, un caballero llamado Jorge, que seguro que era vasco, y la rescató.

Afirman que de la sangre que brotó del cuerpo sin vida del monstruo nació una rosa roja que el caballero le entregó a la princesa. De ahí que para celebrar tal gesta los caballeros regalen a sus princesas una rosa roja y ellas un libro… bueno desde que fallecieran los artífices del Quijote y de Otelo. Mientras, en los trece siglos que separan una tradición de otra, ellos recibían un “gracias chato”, y poco más a cambio, aunque sospecho que esta moda es más actual que la defunción de los autores de Los Entremeses y Hamlet. Sea como fuere, sigo exigiendo que nosotras recibamos libros para soñar en noches de verano.
Y es que con las rosas pasa como con los tomates, que la mayoría dan risa, ni huelen ni saben, del mismo modo que con los libros digitales. Les aseguro que no reniego de ninguno y que soy usuaria de floristerías y de dispositivos electrónicos por su comodidad y facilidad pero como la sensación de pasar páginas, de subrayar palabras, de doblar hojas para no olvidar sentencias y de prestar o regalar un libro dedicado y de cuerpo presente no hay nada.

Con los ramos de flores de hoy en día ocurre lo mismo que con los eBooks; son sofisticados, elegantes, caros, modernos... pero... no tienen sentimientos. No seré yo quien elabore un complejo ensayo entre unos y otros, y más ahora que me he aficionado a leer la prensa desde mi iPad sin necesidad de bajar a buscar los periódicos al kiosko los fines de semana, y fiel usuaria de mi libro electrónico, pero todo lo que se asocia con la alta tecnología carece de alma y, por lo tanto, de percepciones sensoriales. Aunque, ¿es eso tan malo?

¿Hace cuánto que no escribimos una carta? Y, por el contrario, ¿cuántos emails enviamos al día? ¿Vemos tanto como debemos a nuestros amigos o nos limitamos a llamarles por teléfono o, en el peor de los casos, a ‘WhatsAppearles’? ¿Buscamos en enciclopedias, ojeamos libros o nos remitimos a buscadores como Google? ¿Tenemos relaciones sociales nuevas o creemos lograrlas navegando entre Facebook y Twitter?

Los días tienen dos ciclos, amanecen y atardecen, y ambos espectáculos son igualmente maravillosos. No debemos desdeñar una parte de ellos ni la otra. Llorar por no ver el sol nos abocará a perdernos el fulgor de las estrellas, por lo que, del mismo modo, los amantes de los libros impresos, los coleccionistas de aromas de papel, de cartas, de vinos en buena compañía y de armarios llenos de periódicos, podemos aficionarnos a tabletas que nos solucionen la vida en viajes y domingos de descanso.

De este modo surge la duda ¿con qué nos quedamos, con la tradición o con la novedad? Pero la pregunta va más allá ¿Por qué tenemos que quedarnos con una de las dos cosas?. En días como hoy, en los que los libros digitales crecen, se consolidan e incluso se fusionan, me gustaría hacer una apología por la lectura en general, sea en el formato o soporte que se escoja.
En resumen, lo importante es fomentar este delicioso hábito, inculcar entre quienes no lo secundan la magia de sumergirse en historias y conocimientos de toda índole, ya sea desde casa, desde una biblioteca, en el metro o en una pantalla... al fin y al cabo, las letras entran igual vengan de donde vengan y cuesten lo que cuesten.

Eso sí, en este Sant Jordi solo os pido una cosa, regalad libros de papel, sed románticos de verdad, entregad tesoros físicos a vuestros padres, hijos, parejas o amigos. Las flores, que sean un complemento, que nosotras sabemos cómo defendernos de los dragones.