Hace más de 20 años viajé por algunos países de esos que ahora llamamos del África Subsahariana y antes, no hace mucho, y con cariz racista, del África Negra. Ya por entonces la inmigración ‘irregular’ era un ‘problema’. Allí por donde pasé no había guerra ni tampoco refugiados. En muchas zonas dominaba la escasez y la miseria, pero no el hambre.

Pese a todo, casi todos los jóvenes con los que hablé más de un rato corto querían vivir en Europa, en Francia. ¿Y por qué? Más o menos igual que hoy, pagarse el viaje de Mauritania a Canarias en cayuco (no se oía hablar de pateras) costaba como medio millón de pesetas, 3.000 euros, y había que jugarse la vida. Con ese dinero, me explicaba yo, uno puede intentar emprender un negocio en vez de separarse de su familia para lanzarse al mar. Siempre recuerdo la misma respuesta. El problema, me dijo un joven que quería «vivir como un francés», es que aquí es imposible emprender nada porque hay que pagar a la mafia local, a la policía, a otros funcionarios y a los jefes de estos… El problema, resumió, es la corrupción. No sólo la guerra y el hambre expulsan a las personas. También lo hace la corrupción, como bien sabemos aquí. Lo más duro de lo que estamos viendo casi cada día en el Mediterráneo es que Europa ni siquiera se plantea la posibilidad de buscar soluciones de fondo al calvario de África, sino tan sólo incrementar los controles sin que trasciendan los daños colaterales. Eso también es corrupción.

Por otra parte, en el artículo Cerdá el Terrible, publicado el lunes 20 en este mismo espacio, se escribió por error que el exconcejal Alejandro Marí (PP) estaba imputado, lo cual no es correcto. Marí, al igual que Lurdes Costa, que sí está imputada por el denominado caso Park Control, es objeto de investigación judicial por una denuncia interpuesta por el abogado Joan Cerdà por la construcción de un edificio de viviendas en Can Misses, pero no está imputado. Sentimos el error.