En qué nos hemos convertido? Estudiamos periodismo porque queríamos iluminar el mundo con la verdad y hemos terminado en una cueva húmeda, sometidos a rachas caprichosas de viento y alumbrados con una linterna que nos exhibe las sombras de nuestras decadencia. Nos veíamos como cronistas de guerra, salvando almas, difundiendo injusticias, escribiendo sobre grandes personalidades y hoy solo llenamos páginas de promesas de otros, como robots que se limitan a transcribir conatos de pensamientos ajenos.

Cobramos sueldos indecentes, mínimos y absolutamente discriminatorios para licenciados en cualquier carrera, a pesar de llevar colgados en la cartera de los desengaños máster, cursos, idiomas y dominio de programas y de cara dura. Y en vez de quejarnos por ello, fuera de las cafeterías en las que apuramos nuestras penas con cañas, nos decimos que esto es así, y que alguien querrá nuestro puesto si renunciamos a él. Y en este barrio melancolía donde duermen nuestros sueños, tecleamos ya sin furia lo que otros quieren que digamos con más o menos poesía. ¡Despierten señores! ¡Tanto escribir sobre otros les ha hecho olvidarse de ustedes mismos!

Yo hace tiempo que me salí de esta fiesta. Renuncié a desinformar cada día, a tocar en esta orquesta sin ritmo ni magia y a buscar interpretar la frase que se coló un día en mi alma: «el periodismo es la expresión escrita del latido de lo real».

Este estribillo, que me acompaña desde que en 2007 el filósofo Emilio Lledó recibiese el premio Lázaro Carreter y nos cruzásemos en un informativo donde enarboló esta frase, es mi mantra diario dentro y fuera de la ducha. Canto noticias sin otro sesgo que el de la creatividad. Seguro que muchos creen que tiré la toalla, cuando lo que hice fue escoger un pareo. Ya no dirijo informativos, sino una agencia de prensa. Hay voces que nos llaman fariseos y mercaderes por tejer notas de prensa de organizaciones de toda índole, pero yo cada día escucho cómo bombea la comunicación en mi empresa y eso es más de lo que muchos oyen en sus redacciones sordas. Palío mi mono de tensión y actualidad en artículos como éste, en el espacio de entrevistas que tengo en TEF o en colaboraciones de radio en Onda Cero y la Ser, y me enfrento a retos, eventos y lugares en los que sí que me dejan contar cosas, a mi manera.

Hoy el referente intelectual de nuestro país, miembro de la RAE, autor de obras como Los libros de la libertad o El Silencio de la Escritura, Emilio Lledó, ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2015, y les aseguro que sueño con que muchos otros compañeros de gremio despierten al escucharle. Hace poco recibía el Premio Nacional de las Letras 2014, el premio Antonio de Sancha y el premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña.

Mi inspirador describe la comunicación como el fundamento de su vida y arguye que cree en la importancia de la palabra y de la comunicación «para construir ese concepto que los seres humanos llaman hoy las Humanidades y que, para los griegos, simbolizaban la idea de justicia, de verdad, de solidaridad y filantropía».

Habla con la pasión de un chaval de 15 años y con el enamoramiento por la lengua de quien sabe tanto que abarca sus desconocimientos. Hoy trabaja en un ensayo sobre los afectos "para que el amor no se convierta en odio, o la amistad en enemistad". Para Lledó, el principio de las relaciones afectivas empieza con la que tenemos con nosotros mismos, lo cual nos obliga a mejorar, a luchar para mirarnos en el espejo y a no avergonzarnos.

Mi único deseo es que os guste lo que encontréis al otro lado del río. No dejéis que nadie ni nada detenga vuestro latido.