Ya tenemos pacto en Sant Antoni, gobierno tripartito, el primero de izquierdas en democracia. Una interesante y, según cómo, inquietante novedad. Como mínimo, una bizarra situación, como pasa con cualquier gobierno de coalición, que, por su naturaleza, tiene un difícil equilibrio.

Son como matrimonios, no forzados, pero sí de conveniencia y, en este caso, a tres bandas. En geometría, no se trataría de un triángulo equilátero, con la estabilidad que desprende, sino más bien uno isósceles o escaleno. En el cine, quizás sería una tórrida y apasionada historia de amor a tres, de las que no suelen terminar bien para alguno –o todos– los componentes del trío protagonista.

¿Qué dirección tomará un monstruo de tres cabezas? ¿Se moverá con agilidad? ¿Llegará a buen puerto? He vivido una situación parecida en la empresa privada y, por decirlo finamente, resultó como poco complicada. En la arena política, quizás sea distinto.

Pero no quiero llamar al mal tiempo, que suele venir solo, sin necesidad de ser llamado. Hace unos meses dije aquí que, a pesar de todos sus presuntos males, me gusta Sant Antoni. Lo defendí entonces y lo seguiré haciendo. Las urnas pidieron un cambio y aquí está.

Así que ya tenemos once titular. Salgan al campo, suden la camiseta y denlo todo. Defiendan con ardor –toda la plantilla, gobierno y oposición– los colores de mi pueblo, no el de sus respectivas formaciones, porque aquí partido solo hay uno y hay que ganarlo entre todos. Cojan el timón y encuentren la manera de cambiarle el rumbo a una localidad que tiene sus defectos pero que desea recuperar su orgullo y presumir de ello. Yo, como seguidor del equipo de mi pueblo, solo diré, reciclando un eslogan de mi pueblo de origen: Visc a Sant Antoni!