Nada, o casi nada, de lo que dice o hace Podemos es gratuito. Todo está bien pensado, diseñado, en cadena, de arriba (Madrid) a abajo. Ni tan solo el plano horizontal -sas asambleas interminables que a los periodistas nos mantienen en vilo hasta las tantas- pueden salirse del patrón que previamente han dibujado las cabezas pensantes, porque el margen de maniobra cuando el tema en cuestión llega a ellas ya es escaso. No nos engañemos, aquí y ahora lo importante no es si las marcas municipales de la formación -Guanyem en Eivissa- entran o no en el equipo de gobierno de ‘Agustinet’ en Sant Josep o de Rafa Ruiz en Vila. El partido importante se juega en otro campo.

En esa clave, entiendo perfectamente que Podemos se pida la presidencia del Parlament. Hasta ahora ha sido un cargo de mera representación, protocolario, de figurar y no de decidir. Y lo que la organización de Pablo Iglesias quiere demostrar es que ‘el pueblo’ ha entrado de verdad en la instituciones; que ellos pueden salir en esas fotos oficiales con sus nuevas formas, sus nuevos hábitos y sus nuevos mensajes. Xelo Huertas no es Munar (afortunadamente) y ha venido para demostrarlo. Asume un cargo que le va a dar visibilidad a su partido y que implica un desgaste político mínimo, casi nulo. ‘La gente normal, la peña, ha entrado en la Cámara autonómica’: eso es lo que quieren proyectar, y ‘normalizar’ el lenguaje, restar boato a los actos públicos, que todo el mundo les trate de ‘tú’. Y les advierto de que entrar en esa dinámica es fácil y que esas formas se van a acabar extendiendo. Al tiempo.