Me parece a mí que la nueva política, los nuevos tiempos tras el 24 de mayo, corren el riesgo de llevarnos al frikismo político, donde todo es posible desde el punto de vista estético y todo lo demás. No daré nombres, pero algunos de los nuevos diputados parecía que en lugar de ir a tomar posesión de su nuevo cargo político (todo un honor ser uno de los 59 diputados) se iban a tomar unas cañas con unos colegas. A mí las instituciones siempre me han provocado respeto y, desde 1992, he tenido la oportunidad de seguir a diario la actividad parlamentaria. He conocido a todo tipo de diputados y ha llovido mucho desde entonces. Buenos, malos, brillantes, mediocres, vagos y simpáticos. Me acuerdo de las caras de los buenos y de los malos. Con esta nueva legislatura, temo que puedo añadir un nuevo adjetivo a los calificativos anteriores: frikis. No quiero ofender a nadie, pero ir al Parlament no es algo que ocurre cada día. Es especial por su significado, es la voluntad del pueblo y la máxima expresión democrática. Señores, hagan la política que quieran, cambien las cosas, aireen las instituciones, reduzcan sueldos, quiten asesores, eliminen crucifijos, impongan más controles, pongan música clásica en la sesión inaugural, pero nunca pierdan el respeto estético por la institución. Si quieren hacer cambios, ahí tienen el Reglamento del Parlament y el Estatut. Lo pueden cambiar de arriba a abajo, aunque deberían saber que necesitan tener los votos necesarios. Pero lo que no se puede hacer es ir a la Cámara como el que se va de excursión, o a la playa, o a dar una vuelta por la Marina. Aún están a tiempo de cambiar y de no iniciar una nueva etapa que amenaza estar marcada por el frikismo.