Hay gente que el sistema descarta. Al sistema no le gustan los que no consiguieron sacar la cabeza por encima del agua, los que no obtuvieron beneficios, los que no fueron lo bastante rápidos cuando se repartían las migajas del pastel. A esos, el sistema los expulsa. Algunos tendrán una segunda oportunidad, otros se quedarán para siempre en la cuneta.

En Eivissa, hay un restaurante que se promociona como el «más caro del mundo», a 1.700 euros el menú. En Eivissa, un cliente puede pagar varios miles de euros por una botella de champán en el VIP de una discoteca. En Eivissa, crece el número de pobres. En Eivissa, Cáritas atendió el año pasado a 1.570 personas, un 9% más que el año anterior. El sistema llamará a los primeros «turismo de lujo» o «señor» o «cliente»; a los segundos, el sistema ni siquiera se esfuerza en nombrarlos. O utilizará un eufemismo de tres palabras: «los más desfavorecidos». Pero incluso un eufemismo como este contiene preguntas: ¿no favorecido por qué?, ¿quién decidió favorecer a otros?...

El sistema tritura todo lo que no es dinero. Hay quien lo llama capitalismo o alguna otra cosa que acabe en –ismo. Yo lo llamo «que se jodan los demás mientras yo saque la cabeza fuera del agua». Nuestro sistema, además de injusto, es hipócrita: teme que se digan las cosas por su nombre. Nuestro sistema, porque también lo hacemos entre usted y yo: no solo lo sostienen los poderosos o los ladrones.

Solo espero que, en el próximo reparto de migajas, yo siga siendo más rápido que usted. Porque, al sistema, lo que le gusta de verdad es vernos competir por las migajas. Sigamos así, que la cuneta ya se acerca.