Una de las noticias más leídas en este diario, desde ayer, es la de la detención de un hombre por lanzar a un cachorro desde un segundo piso. El hecho es relevante y el que se comporte así con un animal merece el castigo que la ley le imponga.

Sin embargo, en el background de la noticia (en la parte que sirve para que la historia principal se entienda) subyace otra realidad, que nada tiene que ver con el maltrato animal y que es tan habitual en Eivissa que ya dejó de ser noticia: el chabolismo. Bueno, no lo llamemos chabolismo, ya que estamos hablando de un edificio abandonado a medio construir; llamémoslo infravivienda, que queda más fino. Pero, sea chabola, infravivienda o ruina, la realidad es la misma y responde a las mismas causas que llevaron a la aparición de chabolas en el extrarradio de las grandes ciudades españolas en los años 70: un exceso de gente que no encuentra ni un trabajo digno ni puede pagar una vivienda habitable. Y tiene las mismas consecuencias que el chabolismo: personas que viven sin servicios y sin las condiciones mínimas de salubridad e higiene. Eso, sin entrar en la cuestión de la ilegalidad que representa la ocupación de una propiedad privada.

‘Ocupación’, que no ‘okupación’. Me temo mucho que la mayor parte de personas que viven en infraviviendas en nuestras islas nada saben del trasfondo político del movimiento okupa; en la mejor de sus expresiones, los okupas conseguían transformar edificios abandonados en centros culturales. Pero, si ven la foto del edificio que publicó ayer Periódico, verán que los de Eivissa no son okupas, sino, simple y llanamente, pobres.